El actor y director Jorge Hernández Vielman repasa una vida dedicada a las tablas.
A Apolo, el dador del fuego eterno, encomienda Jorge Hernández Vielman su camino antes de salir al escenario. Tanto es el amor que el actor y director siente por las tablas que, aunque vino al mundo el 2 de noviembre de 1962, afirma que su verdadero nacimiento fue en 1979, cuando dio sus primeros pasos en el teatro. Acerca de su carrera, conversa en Los de siempre.
Pasión temprana
La memoria más temprana que Jorge Hernández Vielman tiene de las artes escénicas es cuando, en su infancia, su madre lo llevaba a ver ballets y obras, y su padre le obsequió un libro con las piezas completas de Federico García Lorca. Pocos años después toda esa inspiración se transformó en pasión pues, durante su estancia en Venezuela, su papá lo inscribió en un curso de teatro en el Ateneo de Caracas.
“Cuando mi ‘mamitis’ me hizo regresar a Guatemala, mi madre me inscribió en la Escuela Nacional de Teatro, Radio, Cine y Televisión, donde la actriz Mildred Chávez tuvo mucho que ver con mi creación como actor”, recuerda Hernández Vielman. Paralelamente, cursó estudios de magisterio en educación primaria pero, confiesa, nunca se sintió tan interesado en dicha carrera como en la actuación.
Aunque de niño había hecho sus pinitos como rana en una pieza escolar, la primera obra en la que Hernández Vielman actuó profesionalmente fue La Cipriana, la segunda parte de Un Loteriazo en Plena Crisis. Tuvo “el papel más chiquito” del espectáculo, pero fue suficiente para enamorarlo y llevarlo a otros montajes como El Cianuro…¿Solo o con Leche?, Simón Bolívar y El Inspector Godoy.
Hernández Vielman es, además, uno de los pocos actores que puede presumir de tener obras escritas especialmente para él. “Antonio Almorza me hizo El Gavilán Enamorado, que estuvo dirigida por Mildred Chávez, y Tomás Urtusástegui, el autor más controversial de México, me escribió El Drácula Gay”, asegura.
En sus no menos de cuatro décadas sobre las tablas, el actor ha dado vida a muchos personajes, aunque tiene sus favoritos. “Primordialmente Don Quijote de la Mancha”, dice mientras recita “Don Quijote, señor de la Mancha”. También destaca Lazarillo de Tormes, el cual ha interpretado en no menos 2 mil 100 funciones; un judío de La Lista de Schindler que, si bien no habla ni tiene nombre, le causó mucho dolor; Guido en La Vida es Bella, y el protagónico de El Cuarto de Verónica.
Más que intérprete
Detrás del telón, Hernández Vielman también ha desarrollado una sólida carrera, y ha llegado a montar entre 9 y 13 obras por año. “Dirigir es todo un acontecimiento… detesto a los directores que le gritan a los actores y los humillan. Es un trabajo cansado porque yo marco el escenario, los movimientos de los intérpretes y los induzco a lo que yo quiero. Soy el representante del público”, manifiesta.
Para el actor y director, el teatro “es nacer, crecer, palpitar… y morir, también”. Por eso, una parte de su trayectoria la ha dedicado a sus cursos de motivación teatral, de los que han egresado intérpretes como Hugo Aldana, Guido Rosal, Tuti Furlán y Julio César Serrano.
Estos meses en que la pandemia lo ha mantenido lejos de las salas, Hernández Vielman ha tenido tiempo de meditar acerca su profesión. “Hago teatro por mis perros (tiene 30 canes rescatados de la calle), por comer bien, pero ahora no tenemos nada. Aunque más que hambre físico tenemos hambre de estar en los escenarios, de actuar. Nunca más en la vida vuelvo a renegar de levantarme a las 3:00, para salir de viaje. Después de todo esto, uno aprende a apreciar”, concluye.
