Un misterioso personaje con el rostro totalmente cubierto aparece en una imagen en blanco y negro. Es como si fuera un programa de variedades kitsch francés de la década de 1960, con coristas al fondo haciendo una ridícula coreografía. De esa forma descubrí al músico neozelandés de indie y chamber pop, Jonathan Bree.
Eso me pareció lo suficientemente interesante y cool, para poner manos a la obra e investigar sobre su música. Fue una sorpresa bastante refrescante, divertida y, sobre todo (probablemente lo que más disfruté), sarcástica. Lo digo por el sentido del humor en su música. Es clara la influencia de cantantes como Serge Gainsbourg, Claude François y Alain Bashung en el trabajo de Bree. Es como un pequeño viaje en el pasado, pero a la vez hecho moderno.
Su más reciente disco, After the Curtains Close, lo he disfrutado muchísimo. Tanto como para decirles a ustedes, queridos lectores, que deberían hacerse el favor de escuchar algo del trabajo discográfico de este dandi de la música. No solo como solista, sino también lo que hizo con la banda The Brunettes.
En dicho trabajo, Bree logra un gran equilibrio entre la oscuridad y la estupidez o, mejor dicho, con la ironía sobre temas como las rupturas amorosas y la soledad. Cada canción nos recuerda que no puede haber felicidad sin un poco de sufrimiento, y que tanto el bien como el mal tienen que estar en un balance perfecto. Si pudiera describirlo, sería como la escena de una película clase B: en un primer plano, frente a nosotros, vemos a ese personaje lleno de lágrimas, riéndose histérico de sí mismo, porque ya sabe que todo está perdido, que todo terminó para él.
Bree consigue que, a través de sus melodías, nos podamos reír un poco de nosotros mismos y de nuestras desgracias. El disco abraza con una mordacidad impecable la soledad, el sexo y lo sórdido. Personalmente me gusta cuando un artista logra eso de una manera sutil, sin caer en clichés.
Luego de escuchar varias veces el disco, me pareció que es como espiar la vida de las demás personas a través de la ventana de un edificio y en completa oscuridad. Todo para que, luego, cuando nuestro voyerismo esté completamente satisfecho, nosotros cerremos nuestras cortinas, nos tiremos al suelo y podamos llorar, reír y gritarle al mundo con cada una de nuestras partículas, nuestro dolor y las tragedias de nuestras vidas. Todo a la vez, mientras las ahogamos en vino, o en cualquiera que sea el veneno de su preferencia. Mañana será otro día.
Para escuchar: Happy daze, Waiting on the moment, Until we’re done, Cover your eyes, No reminders, You’re so cool, Sleepwalking y Fuck it.