Hay cierto encanto en ir por la vida como un flâneur. Pasear sin rumbo por las calles y abrazar el acto de perderse es algo que me encanta hacer, sobre todo en lugares nuevos para mis ojos. Registrar imágenes, olores y sabores diferentes es alimento puro para el alma. San Miguel de Allende, México, me embriagó de eso. Y yo jamás puse resistencia. Vagabundeaba por la calle Hidalgo, cuando mis oídos inmediatamente detectaron el sonido de unos riffs punkeros, sencillos pero poderosos.
A lo lejos sonaba como si fueran The Stooges o algo similar. No tenía idea de dónde provenía, pero fue algo similar al cuento de El flautista de Hamelín. Me convertí en una rata hipnotizada por su sonido. Al llegar al lugar, me topé con lo que fue el highlight del día: la tienda de discos Noisy Records.
Desde el momento en que entré me sentí más que bienvenido. No solo por tantos vinilos, discos compactos y libros, sino también por Tim, su propietario, quien fue muy amable conmigo. Hablamos un poco de su historia y de cómo hacía algunos meses había decidido abrir la tienda luego de estar viviendo en San Miguel por unos años ya. Le dije que tenía el dream job de todos los melómanos. A lo que él me respondió solamente con una sonrisa. Supe inmediatamente lo que eso significaba.
Me perdí entre vinilos de Peter Murphy pasando por Thelonius Monk. No sé cuánto tiempo estuve, pero no quería irme. Al terminar mi recorrido, en mis manos llevaba Tattoo You, uno de los últimos grandes discos de los Rolling Stones. Junto a este iba también The Country Way, de Charley Pride, uno de los pocos cantautores afroamericanos de música country. Es una joya de álbum que afortunadamente se vino conmigo, de regreso a
Guatemala.
Me despedí de Tim agradeciéndole su amabilidad, no sin que antes me tomara una foto con mis discos para su página de Instagram (@noisyrecords), en la que lleva un registro de toda la gente que llega y compra en la tienda. Dije adiós con un fuerte apretón de manos, asegurándole que volvería por más algún día.
De regreso, en mi cabeza llevaba la imagen de un álbum de The Kinks que no compré. Ya saben, fue la de siempre: uno nunca carga suficiente dinero, y menos para discos. Me dije que regresaría al día siguiente. Lo único que no recordaba en ese instante era que la siguiente mañana era domingo, y si hasta el mismo Señor descansó el séptimo día, Noisy Records, también. Maldije mi torpeza desde lo más profundo de mis adentros.
