viernes , 22 noviembre 2024
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Balada a Neal Cassady

“Well, Cowboy Neal was a curious cat/

A cameo character with a craning neck/

Jaunting through panoramic habitats.”

A la medianoche, una luna llena inmensa iluminaba el paisaje árido que observaba desde la ventana. Nunca había visto el desierto de esa forma. Es extrañamente hermoso y silencioso, y el sonido del automóvil en el que iba era lo único que interrumpía la paz del lugar. 

Ese tipo de sitios se prestan para visiones extrañas, como la del grupo de personas que vi esa noche quemando pasto en grandes pilas de fuego. Pensé inmediatamente en una escena del filme Roma, de Alfonso Cuarón. Si me hubieran dicho que solo fue algo producido por mi imaginación y el cansancio del largo viaje, no lo dudaría; pero sé que lo vi. 

Días después, San Miguel de Allende, México, me hizo pensar en mi propia muerte. En las personas que llegan aquí para pasar sus últimos días. No sé si es porque en este lugar se celebra tanto la vida, para darle la bienvenida a la muerte como parte esencial de ella. Me guste o no, esta ciudad me enfrentó a mi propia mortalidad y, por extraño que parezca, se sintió bien. En ella, el fin lo envuelve todo. 

Neal Cassady fue motor y gasolina de la generación beat, un movimiento literario que comenzó un grupo de autores cuyo trabajo exploró e influyó en la cultura y la política estadounidense de la posguerra. Estos enfants terribles recorrieron las dos costas americanas, llegando hasta Tánger y pasando por México. Este último fascinaba tanto a Jack Kerouac como a Cassady, hermanos de andanzas y locuras. 

Caminar por las calles de esta ciudad me ayudó a ponerle cara a las tantas palabras que leí en los libros de cada uno. Es algo que tenía que hacer. No me bastan solo las palabras entrelazadas, yo necesito las imágenes tangibles. Es una especie de ritual personal que tengo. 

¿Quién le podría haber dicho a Cassady que este lugar donde se le rinde culto a la muerte, sería en donde sus días terminarían? Su cuerpo sería encontrado tirado en las vías del tren que atraviesa todo este desierto. Más de alguno podría decir que fue una muerte poética, pero eso nadie lo sabrá. 

Yo caminé un trecho de esas vías. Quise saber qué habían visto los ojos de Cassady en el último segundo de existencia que tuvo. Lo único que puedo decir es que fue algo hermoso. Vino a mi cabeza la canción de Tom Waits, Home I’ll never be. Era el réquiem perfecto para alguien que jamás regresaría a casa.

Para escuchar: Home I’ll never be (Tom Waits) y Home (Will Hanson).

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