A escasas horas del concierto de Año Nuevo, recibimos la triste noticia. Luego de 30 años, el mítico Star Bar, en Atlanta, cerraba sus puertas. No lo podíamos creer. Aunque por motivos geográficos yo solo podía ir una vez al año, hacía todo lo posible para que valiera la pena. Me entristecía el anuncio del cierre y decidí que la iba a reventar con más razón.
Llegamos temprano. Entramos y, por un momento, me detuve a pensar que era el mismo lugar en donde había estado un año antes. Era inevitable pensar en lo mucho que había girado mi vida, y me hizo meditar en que no tenemos control de nada. Nadie me iba a impedir pasarla bien. Fui por algo de beber y desde la barra ponía atención a todo lo que sucedía a mí alrededor.
La bola de disco en el techo reflejaba, por momentos, los rostros de personas tan distintas. Lo que siempre amé de ese lugar era su extraña multiculturalidad. Punks, vaqueros de medianoche, chicas vestidas como si hubieran regresado del Studio 54 al 2020, y señoras con brazaletes Chanel que, con lo que costaban, hubiera pasado el resto del año preocupado solamente por escribir esta columna.
La primera banda subió al escenario. Ladrones se llamaba. Desde el primer momento fueron con todo. Eran una combinación entre Pixies y por momentos Misfits. La vocalista nos dejó claro que venía hacer lo suyo y muy en serio. El set de grupos definitivamente era variopinto porque luego el lugar fue tomado por Nikki & The Phantom Callers. Quedé enamorado del acento sureño de Nikki Speake (y de ella) y del southern gothic rock-n-roll de su música. La cereza del pastel fue descubrir que la talentosa Anna Kramer también era parte de la agrupación. Fue un hermoso hallazgo.
Mis pies me llevaron de nuevo a la barra. Otra cerveza más y estaba listo para Reverend Bro Diddley & The Hips. Ya los había escuchado y en vivo fueron aún mejores. Se acercaba el conteo final y cuando este llegó, yo gritaba “Happy new year!”, al mismo tiempo que en mi mente imploraba “Porfavorcito 2020, sé bueno conmigo, prometo portarme bien”.
Nos dimos el abrazo respectivo entre conocidos y desconocidos, y la noche avanzó con buena música. Justo como quería que fuera. Al salir de madrugada, volteé a ver el lugar. La estrella del rótulo seguía brillando y afuera mucha gente continuaba haciendo cola. Eran como reyes magos decadentes esperando turno para entregar su ofrenda por última vez.