Hace un mes, The Wall, disco insigne de Pink Floyd, cumplió 40 años de su publicación. El épico álbum doble se renueva cada vez que lo escucho, e incluso tiene más sentido a estas alturas de mi vida. Es un material que no se agota con el paso del tiempo.
Ser otro ladrillo en la pared es convertirnos lentamente en el escudo de nuestros sentimientos y ser fríos ladrillos que defenderán un statu quo, una mentira y una injusticia, y negarán la cultura, la ciencia, la verdad, la propia humanidad. Es, incluso, esconder nuestras necesidades y vocaciones para ser un objeto de consumo de alguien más, los peones de un rey. Es la vida de ellos, y nosotros solo vivimos en ella.
Por otro lado, el disco explora de manera inagotable la búsqueda de identidad del ser humano frente a los innumerables caminos que enfrentará, el bien y el mal por mencionar algunos. El muro se convierte en una defensa frente al dolor, para encontrar en el ostracismo la seguridad y protección que anhelamos ante este feroz canibalismo social que se inicia con la primera vez que nos dicen “No”.
La experiencia de escuchar la placa por primera vez es abrumadora. Desde Another Brick In The Wall y el enfrentamiento contra nuestros primeros monigotes fascistas: padres, maestros, parejas, jefes, vida, muerte, e incluso nosotros mismos.
Hay temas con gran carga de ternura acompañada de música conmovedora, como Mother. Las generaciones X y Y posiblemente fuimos criadas por mujeres solteras, y toda esa avalancha emocional heredada es difícil de manejar. Goodbye Blue Sky es una canción de cuna con una letra terrorífica. Un cambio inevitable, y no para bien. Young Lust es la liberación mediante los extremos, y su letra cabalga en un rock blusero y estridente.
One Of My Turns es violenta. Escuchamos cómo se rompe un caparazón para mutar en otra bestia. Hey You es mi favorita. Es el último grito de ayuda y abrirse paso por el muro: “No te rindas sin pelear…Hey tú, no me digas que no hay esperanza”, es una de las frases que me desbarata. Es muy difícil de escuchar después de tanto tiempo.
Nobody home es igual de difícil: “Cuando intenté llamarte no había nadie en casa”. Es desoladora y su simpleza tiene tanto eco al describir la soledad tal cual es. Estamos a la espera de un rescate que nunca llega. Confortable Numb se parece a una marcha fúnebre con dos solos de guitarra gloriosos. La muerte es el escape del dolor; es otra mutación sin culpa. El niño creció, el sueño murió. Es lacerante.
La epifanía es The Trial. Todos somos iguales, y la única manera de sobrevivir es comunicarnos y conectarnos. Ser bondadosos entre nosotros porque cada uno libra una batalla que no vemos.
Netflix tenía en su catálogo el concierto de Roger Waters, The Wall, un documental íntimo de la vida del roquero, y necesario para entender al hombre detrás de la figura. No se puede andar por la vida sin haber escuchado este álbum. Nos habla y nos revela tanto. Nos salva una y otra vez. Cada vez hay menos discos así.