sábado , 23 noviembre 2024
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Star Wars: fin de un mito infantil

Fue en 1983 cuando me topé con la saga de Star Wars. No tenía edad para ir al cine, pero mis papás no querían que me quedara solo en casa, así que fuimos al cine FOX, que entonces estaba ubicado atrás de la Tipografía Nacional. Fue una matiné de domingo, y jamás me había aburrido tanto en mi vida. No entendí absolutamente nada y, con esa edad, seamos sinceros, me importó un pepino todo aquello. Estaba por estrenarse El Retorno del Jedi, y aprovechamos el tiempo familiar para ver los episodios IV y V, y estar listos y aplicados para la tercera y última entrega.

Tenía siete años, así que el cine no era para mí, aún. Llevaba conmigo un avión de juguete, y salía y entraba de la sala. Sí, fui ESE niño. No me di cuenta de nada de la película. Solo me recuerdo de la caída de Luke Skywalker por ese gigantesco tubo de ventilación, y cómo se agarraba con la única mano que tenía, de una antena, para salvarse. Después de eso seguí volando mi avión de Lego. Mi mamá se durmió durante las dos cintas y mi papá iba y venía en un sueño intermitente. Mis hermanos estaban extasiados.

Eventualmente vi las tres. Llegó el cable al país y en la señal pirateada de los canales gringos pasaban ocasionalmente alguno de los episodios. Estaba en la U cuando apareció el Episodio I. Sentí que iba a ser mi trilogía, pero no. Aunque viví todo aquello febrilmente, esa trilogía, ahora que la veo, es un bodrio. Está plagada de lugares comunes y carece de novedad; todo “facilito” por los nuevos públicos. Aún lo creo.

Con El despertar de la Fuerza, que llegó hace unos cinco años, nuevamente sentí que seríamos recompensados. Retorno de personajes muy queridos y efectos especiales imposibles, y con eso me quedé. La de El Último Jedi fue sin duda tan decepcionante como la primera trilogía. Los debates entre amigos que sabemos de todo eso de la Fuerza, eran agotadores. ¿Quién se pelea por eso? Pues, nosotros. ¿Y?

De verdad nos puso malhumorados, en mi caso, y otros, como justificar una enfermedad crónica o terminal; hasta llegaba a ponerse personal. Por donde lo veía me parecía decepcionante aunque tuvieran escenas “bonitas y risueñas”. Los tráileres eran una adicción. Estaban tan bien hechos que solo me conducían a una desilusión irreparable. Ahora viene el Episodio IX, y ya no sé qué esperar. Es decir, solo para mencionar dos quejas. ¿Cómo así que matan a Luke? y ¿Qué Rebelión dura tanto? Es decir, vencieron a Vader y Palpatine, y en vez de tomar el poder y gobernar a la buena, me salen con un nuevo Tercer Reich Espacial. Supongo que “el arte imita a la vida”.

Solo una vez fui a un estreno de medianoche, y fue para el Episodio III. Desde entonces creo fundamental respetar mis horas de sueño. Claro, tengo amigos que fueron al del Episodio IX y ni siquiera quiero imaginarme como salieron de desvelados, felices y sonrientes como muñecos de Barbie. Sé que tratarán de convencerme de que es la mejor de la saga. Creo que ya pasó mi tiempo con La Fuerza. Algo así como el efecto Santa Claus.

Voy a ir a verla. La dignidad cinéfila se puede sacrificar por estos mitos infantiles. Cerrar el círculo de nueve películas no es fácil, y ojalá esto de la Fuerza y las guerras de las galaxias se guarde en el cajón por nuestro bien. Me quedo en la primera trilogía. Lo demás es una indigestión o comer sin hambre. Ambos extremos válidos.

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