En el intermedio decidí ir por unas bebidas para M y para mí. Al regresar al lugar donde M me esperaba, me di cuenta que en cuestión de segundos más personas habían llegado. Empezaron a amontonarse, tratando de estar lo más cerca posible del escenario. No los culpaba, yo también quería hacerlo. El plato fuerte de la noche era, nada más y nada menos, que el cantautor inglés Morrissey.
La música de Morrissey ha sido parte de la banda sonora de mi vida. Desde que estaba en The Smiths, sus canciones me han acompañado. Fue gracias a la música de Morrissey que M y yo sellamos una amistad de muchos años, así que era doblemente especial vivirlo juntos. Afortunadamente, logré encontrarla en medio de toda esa gente.
Las luces se apagaron y fotografías antiguas empezaron a aparecer en las pantallas: modelos vintage, músicos de jazz e imágenes de corte político. Mientras todos gritábamos, Morrissey finalmente salió de la oscuridad. Solamente saludó con la cabeza, como todo un dandy justo como imaginé que lo haría. Sin preámbulos, su banda arrancó con Panic. M y yo apenas caíamos en la realidad: teníamos frente a nosotros al culpable de nuestra complicidad. Frente a nuestros ojos estaban en carne y hueso todas esas canciones que cantamos en alguna madrugada en la que el vino tinto rebalsaba más allá de nuestras venas.
Casi dos horas después, al oír los acordes de Everyday Is Like Sunday, no lo negaré, querido lector, derramé algunas lágrimas. Este tema resume, personalmente, muchas cosas importantes para mí. No sabía si solo esa vez lo escucharía en vivo. No importaba, ya estaba allí y lo canté con todas las fuerzas que mi voz me permitía. Morrissey se despidió del público, rompiendo su camisa frente a todos, como si se desgarrara el pecho, enseñando el corazón y diciendo: “Esto es todo lo que puedo darles”.
M y yo salimos desbordando felicidad y nos tomamos las rigurosas fotos, ansiosos de preservar para siempre ese momento en nuestras vidas. Caminamos de regreso por las calles de San Francisco, hacía un poco de frío. Nos dirigíamos de regreso a North Beach. Todo había sido perfecto. A la noche aún le quedaban algunas horas, como aquellas de años atrás en las que cantábamos juntos canciones de Morrissey con todas nuestras fuerzas: “Well, the pleasure, the privilege was mine”.
Para escuchar: Panic, Everyday Is Like Sunday, Suedehead, How Soon Is Now?, Hairdresser On Fire.