Con una Rolleiflex primero y una Leica después, Vivien Maier retrató las calles y la vida cotidiana de Nueva York y Chicago y encerró en un almacén un legado que, dos años después de su muerte, ha entrado en la historia de la fotografía y que ahora se expone en San Sebastián.
La ciudad española acoge 135 fotografías, de las cuales 30 no se han visto nunca. Una fotógrafa revelada, comisariada por Anne Morin, es el título de la muestra que se abre al público mañana en el centro Tabakalera, donde permanecerá hasta el 20 de octubre, para viajar después a Grenoble (Francia).
Vivien Maier (1926-2009) constituye una figura “misteriosa”, que vivió en la más absoluta soledad, sin amigos, sin amantes, sin raíces y plagada de “zonas oscuras”, pero que dio la oportunidad de dar una nueva vida a su anónimo trabajo de fotógrafa “aficionada” dejando un archivo de no menos de 120 mil negativos que fueron descubiertos por casualidad en 2007.
“Es una persona que tiene un sitio, sí o sí, en la historia de la fotografía”, dijo hoy Morin. Nacida en una familia difícil, con un padre alcohólico y una madre que no se ocupaba de ella ni de su hermano, Maier pasó su juventud entre EE. UU. y Francia, de donde era originaria su progenitora, y comenzó a hacer fotografías en los años 40, una actividad que se convirtió en obsesión.
En 1952 compró su primera Rolleiflex, con la que empezó retratando a los niños que cuidaba para poner su mirada después en otros personajes y situaciones que encontraba en su deambular por las calles de Nueva York.
En Chicago trabajó 17 años para la familia Gensbrug, que mucho tiempo después rescató de la calle en la que vivía a la que había sido niñera de la casa, una persona peculiar que utilizaba el baño para revelar fotografías.
La causalidad hizo que el cineasta John Maloof comprara por US $300 (Q2 mil 310) el contenido del almacén que albergaba el trabajo de Maier, que terminó en una subasta porque su dueña no podía hacer frente al pago del alquiler del depósito.
El crítico e historiador de la fotografía Allan Sekula fue quien comprendió el alcance del descubrimiento al que el propio Malloof no dio demasiada importancia en un principio, pero que poco después se convirtió en viral y se configuró como una de las historias “más fascinantes” de la fotografía, indicó Morin.
La exposición de Tabakalera, que incluye también parte del trabajo en color de la fotógrafa y varias de las pequeñas películas en super ocho que rodó a partir de 1960, gira en torno a seis campos temáticos recurrentes en Maier.
Personas de barrios pobres, niños, trabajadores o la mirada de pocos amigos de señoras de clases sociales elevadas que eran captadas por la cámara de Maier constituyen una muestra de su habilidad con el retrato, “una forma que constituyó el pilar sobre el que buscó su identidad”, señaló Morin.
La muestra da cuenta también de sus numerosos autorretratos, escenas de las calles de Nueva York y Chicago en las que recogía pequeños actos cotidianos o rostros conocidos como el de Frank Sinatra, al que captó a la salir de un cine.
A partir de los años 60, Maier empezó a trabajar el color con una cámara Leica y elaboró pequeñas películas en color.
* EFE