El escritor rememora los momentos más especiales de su trayectoria.
Para Francisco Morales Santos (Sacatepéquez, 1940), la poesía es tan vital que la compara con el aire que respira y con los latidos de su corazón. La semilla de la palabra la plantó en la adolescencia, al leer clásicos españoles, germinó al comenzar a publicar sus poemas en algunos diarios locales y maduró de la mano de Nuevo Signo. Ahora al mando de la Editorial Cultura, el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias 1998 repasa los momentos más especiales de su trayectoria.
El momento de salir
Francisco Morales Santos reconoce que fue durante su formación en el Seminario Conciliar de Santiago de los Caballeros, en Antigua Guatemala, que su amor por las letras despertó. Durante esos tres años, el poeta aprendió latín y griego, pero sobre todo descubrió “un paraíso literario”. “En esa época, a un costado del Templo de La Merced, se estableció la Librería Loyola. Tenía clásicos españoles de Lope de Vega, San Juan de la Cruz y Pedro Calderón de la Barca”, recuerda.
El poeta asegura que “la escritura es un cúmulo de experiencias que se juntan, hasta que llega el momento en el que tienen que salir”. Sus primeros pasos en la literatura los dio los a 16 años, cuando junto a un amigo se acercó al Semanario Antigua, para solicitar espacios en los que pudieran publicar su poesía.
Personajes clave
En su vida apareció luego un personaje clave, el escritor César Brañas, de quien Morales Santos se volvió visitante asiduo, y quien en cada encuentro lo esperaba con un libro. El poeta trabajó incansablemente para conseguir su aprobación y llevar su pluma a las páginas de El Imparcial. Durante este período compartió con los autores Francisco Méndez Escobar y Manuel José Arce y Valladares, el responsable de escribir la introducción de su primer título, Agua en el silencio (1961).
Una vez instalado en la capital guatemalteca, Morales Santos coincidió con la poeta Delia Quiñonez. Juntos tejieron una propuesta poética a la que se sumaron José Luis Villatoro, Julio Fausto Aguilera, Luis Alfredo Arango, Antonio Brañas y Roberto Obregón. El grupo Nuevo Signo, fundado hace 51 años y que
comenzó leyendo su poesía en escuelas nocturnas, institutos y sindicatos, se convertiría en una pieza clave de la historia literaria de nuestro país.
Palabras vivas
En la década de los 90, en el poeta surgió el deseo de escribir para niños, y publicó Ajonjolí (1997), su primer libro de poesía infantil. Sea en esta u otras facetas de su obra, el guatemalteco siempre tiene presente el consejo de Obregón: “‘Nunca te enamores de la primera versión de una obra’. Su recomendación era escribir el texto, dejarlo ahí y al cabo del tiempo retomarlo. Solamente así verás si es necesario quitar palabras y versos. Si no queda nada, es porque el poema no sirve”.