viernes , 22 noviembre 2024
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El arte de la transformación

No sé si a todo el mundo le pasa, pero siempre me ha gustado la idea de apropiarme de un lugar y volverlo mío. Un sitio al que pueda llegar, sentirme en casa y que me traten como tal. Un espacio donde pueda alimentar todos mis sentidos. 

Hace poco, en Antigua Guatemala se abrió un nuevo lugar que cumple con esto que escribo. Se llama Fermento y marca el regreso al negocio de los restaurantes del enfant terrible de la cocina antigüeña, Héctor Castro. Seguramente se preguntarán cómo cuaja lo culinario en una columna de música, pero créanme, lo hace, y bien. 

A Héctor me une una amistad de no menos de 10 años. Me consta que es un melómano consumado y, cuando se requiere, músico también. Esa misma pasión por la música la ha llevado no solo a su cocina, sino al ambiente en que la sirve. Detesto tratar de disfrutar de un buen plato con una mala selección musical, y eso es lo que generalmente pasa en la mayoría de restaurantes. 

Me encanta la idea de comer unos tacos orientales de tocineta en salsa soya y vino chino, o unas piernas de pollo marinadas en especies tandoori, con un buen tinto sauvignon, acompañado de canciones de Nina Simone, y sorbos después, escuchar a Frank Zappa. La música está escogida personalmente por Héctor, y eso me gusta. Se siente como una elección más honesta, con una pizca de rebeldía a lo de siempre. Como esos temas que se recomiendan a un amigo que se estima. 

Las melodías que acompañan momentos especiales se suman al sonido de los cubiertos y los utensilios de cocina, los platos en las mesas, la risa de los comensales y la sonoridad del vino servido, para luego hacer chocar las copas: “¡Chin-chin!”. El aroma de la comida se fusiona con el sentido de la vista, que se pierde en la colección de arte de amigos colgado en las paredes. Todo eso, podría decirse, conforma la banda sonora del lugar. 

Al saber por primera vez lo que significaba la palabra sibarita, supe que era algo que tenía que abrazar. Así lo he hecho cada vez que puedo permitírmelo. Lo comparto sin ningún esnobismo, que quede claro. Es solo disfrutar de lo bueno cuando se puede. Si algún día pasan por Fermento es posible que me encuentren al final de la barra en forma de S. Quien sabe, de pronto podremos compartir una copa escuchando buena música, mientras arreglamos al mundo bajo la noche antigüeña. El cielo podrá esperar un día más.

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