El fallecimiento de uno de los mayores ídolos de la historia del deporte mundial cumple 25 años, desde aquel 1 de mayo de 1994 cuando el brasileño Ayrton Senna, de 34 años, chocó contra el muro de la curva de Tamburello, en el circuito italiano de Imola, ese día no solo lloró una nación. El accidente conmovió a millones de personas que asistieron por la televisión, en vivo, la triste despedida del carismático y polémico ícono que logró entrar en la inmortalidad de la historia del automovilismo y del deporte mundial.
Su legendario casco amarillo con una franja azul y otra verde hizo historia en las pistas, y su genialidad marcó una generación que aprendió con él a agitar con orgullo la bandera del país.
Brasil no ganaba una Copa del Mundo de futbol desde México 1970, pero él hizo sentir el orgullo por su país; Senna salió a recorrer el mundo llevando la bandera como un símbolo que llenó de orgullo a tantos brasileños.
Senna era “determinación y dedicación”, era el gran ídolo, un superhéroe que acabó muriendo en la pista, lo que también ayudó en la consolidación del mito. Era el rebelde ante los poderes del sistema y dueños del deporte.
El legado de Senna fue “transformar el deporte”. Hizo la diferencia porque, además de ser un piloto excepcional, fue el de atender otros aspectos como la preparación física y mental, entender el vehículo y la tecnología y cuidar de su imagen.
Después de 25 años, su imagen sigue asociada a marcas comerciales y campañas sociales: él es el último gran ídolo brasileño, para muchos incluso mayor que el mítico Rey Pelé. Por Gabriel F. Cordero