Hay días que parecen grises y nebulosos. De esos en los que, en vez de avanzar, sucede todo lo contrario. Aun así creo que, a pesar de lo que nos traen no sea tan bueno, también tienen su encanto. Hay bandas y canciones que nos acompañan en esos instantes y, si todo está superado, podemos ver esos acontecimientos en retrospectiva y disfrutar de esa música, sin importar las memorias.
Kristina Esfandiari es conocida por ser la vocalista de la banda de doom metal, King Woman, un grupo lleno de velos de riffs pesados y densos. Pero Kristina tiene un lado diferente, más personal y vulnerable, que explora junto con su proyecto paralelo, Miserable. Este se expande a través de un rock dulcemente oscuro y soñador.
Su más reciente disco lleva por nombre Loverboy/Dog Days, una entrega en que Kristina además coquetea con el shoegaze, con efectos que resultan hermosamente abrumadores. En este aspecto resaltan canciones como Gasoline, que toma su inspiración en la escena del rock indie más intenso. Me da la impresión de que con esas mismas melodías construye una serie de nubes violentas. De esas que anuncian las tormentas por venir, que se ciernen sobre nosotros mientras esperamos que el agua nos ahogue entre paisajes sonoros en degradé, de colores negros y distorsionados.
Sin embargo, es la mentalidad del rock general de Esfandiari la que impulsa el álbum. Y, a pesar del sentido etéreo, Loverboy no flirtea demasiado con el territorio del dream pop, sino que se mantiene firme en la dirección de un rock consistente, que le otorga más poder a todo el trabajo. De una manera similar a la de King Woman, su música navega por universos melancólicos. Loverboy /Dog Days es una Kristina Esfandiari hirviendo en un estado de ensueño intoxicante, al que claramente también somos arrastrados.
Lo que une el material son las raíces de Miserable en el metal, que se muestran a lo largo de la suave transición del álbum. Si se ha escuchado su trabajo anterior (Uncontrollable), cualquiera pensaría que esto no viene de alguien que pertenece al reino del metal. Este disco es una delicadeza que tiene que comerse lentamente. Es como un chocolate amargo: no todo mundo tiene el paladar para él. Hay que educarlo para degustarlo como debe ser. Y, una vez hecho eso, el sabor puede ser tan intenso como el de nuestras propias heridas abiertas al lamerlas.
Para escuchar: Gasoline, Fever, Loverboy, Cheap Ring y Kiss.