Sobre el tapete verde del Augusta National Golf Club, en Georgia, Estados Unidos, el veterano Tiger Woods alza los brazos, lanza un grito excitante, se quita la gorra, la multitud lo aplaude y él recibe abrazos, elogios y felicitaciones. Woods se ha desquitado de sus fiascos y errores. Ha vuelto después de 11 años de sequía en los grandes torneos, escándalos y polémicas.
“El deporte, como la vida, da revancha”, es una frase que quizá resulte trillada, pero que no deja tener vigencia. Si para triunfar hay que pasar por una serie de obstáculos, no digamos para mantenerse. Claro está, hay factores como la indisciplina y la rebeldía que pueden tumbar una carrera, pero es vital reencausarse y volver a brillar.
La lesión en la rodilla, en 2008, arrancó con los sinsabores para Woods. Situaciones extradeportivas como su divorcio con Ellen Nordegreen, que fue un boom mediático; el accidente de tránsito en 2009, que hizo que marcas patrocinadoras lo abandonaran, excepto Nike, y él dejara de percibir ingresos millonarios, más lesiones, su rendimiento que repercutió en 2011, cuando salió del Top 50 y que en 2017 le registrara su peor puesto de la historia 1199, son las grandes adversidades de las que el golfista supo reponerse.
A sus 43 años, Woods ilustró que la edad no importa y el talento prevalece. Estuvo alejado de los triunfos y, aunque se pensaba que su carrera estaba acabada, el golfista cobró revancha, así como los Cubs, que esperaron 108 años para volver a ser campeones de Grandes Ligas de Beisbol, como el tenista Roger Federer que cae y se levanta para coronarse, y como múltiples más que firman épicas. El alto rendimiento hace que los atletas lidien con desmoralizaciones, incluso, a pensar en la retirada, y aunque los ánimos estén por los suelos y el cuerpo no de para más, la mente y el corazón instan a ir por otra oportunidad. La derrota es parte fundamental del triunfo.
