Junto a tres historiadores, repasamos cinco narraciones populares.
En Cuaresma y Semana Santa, la rica tradición oral de Guatemala se mantiene viva. En estas narraciones, la realidad y la fantasía se apoderan de ciertas imágenes, templos y cortejos emblemáticos. Aunque estas leyendas han sido contadas de generación en generación, hoy, junto a tres historiadores repasamos el significado de algunas de las más populares.
El Sepultado de Santa Catalina
Cuenta la leyenda que, una noche, el Hermano Pedro de San José de Betancur oraba a los pies del Crucificado de El Calvario (Antigua Guatemala), cuando escuchó “Hijo mío, quiero ser sepultado en el coro bajo las Catarinas”. El religioso obedeció y lo llevó a cuestas por las calles empedradas. El peso era tal que, en el trayecto hacia Santa Catalina, los pies de la imagen se arrastraron y lastimaron. El investigador del Centro de Estudios Folklóricos de la Universidad de San Carlos, Aníbal Chajón, señala que, al observar este rasgo, la gente asumió la devoción del Hermano Pedro y elevó su estatus dentro de la religiosidad popular.
La dama de los Siete Sagrarios
Cada Jueves Santo, el pueblo católico acostumbra a visitar Siete Sagrarios. Según una narración, hace muchos años, una dama vestida de negro solicitó un carruaje que la llevara por cada templo. Al salir del último sagrario, la mujer le dijo al chofer que no tenía dinero para pagar, por lo que le entregó una gargantilla de oro, y le pidió que el Lunes de Pascua fuera a cierta dirección, donde lo remunerarían. El hombre cumplió, pero al llegar le indicaron que la mujer había muerto hacía tiempo, lo cual hizo que se volviera loco. Chajón dice que esta historia recuerda la importancia de realizar este recorrido y obtener la indulgencia plenaria.
Señor Sepultado de Santo Domingo
El Sepultado de Santo Domingo es una de las imágenes más antiguas del país. La leyenda dice que esta pertenecía a la reina española Catalina de Aragón, quien se quería divorciar del rey Enrique VIII de Inglaterra. La soberana pagó un barco para regresar a su país y en un cofre depositó la imagen del yacente. La embarcación naufragó y, al llegar a las costas de Honduras, los dominicos la encontraron y trasladaron a Guatemala. “Esto crea, en el imaginario colectivo, el sentido español sobre el pueblo. Le da ese lazo de responsabilidad de cuidar lo que los ingleses no pudieron. El Sepultado vino del mar a nosotros”, puntualiza el historiador Fernando Urquizú.
Las lágrimas de Jesús de Candelaria
Según la tradición popular, en 1563, cuando el obispo Francisco Marroquín agonizaba, la imagen de Jesús de Candelaria lloró, como un presagio de su deceso. Urquizú, investigador del Instituto de Investigaciones Históricas, Antropológicas y Arqueológicas de la Universidad de San Carlos, dice que cada leyenda muestra una realidad social. “Esta historia evoca unidad, devoción y familiaridad en un barrio. Además, liga la identidad de un pueblo indígena de mucha jerarquía con su autoridad. Devotos lloran la muerte de su obispo y lo hacen al lado del Nazareno”. La imagen, sin embargo, aún no existía en ese año.
Los penitentes de La Recolección
La leyenda narra que, a altas horas de la noche, en los alrededores del templo de La Recolección se escuchaban procesiones. A los curiosos que salían a observar, se les acercaba un penitente y les entregaba un cirio que debían cuidar hasta que ellos regresaran. El día que iban por la vela, esta se convertía en un fémur, y como no devolvían lo que les había dado, se llevaban su alma y morían. Miguel Álvarez, cronista de la Ciudad, dice que aunque estas historias no tienen fundamento científico, sí poseen significado social: “Esta, en particular, buscaba generar conciencia en la población en tiempos de conflictos políticos, porque no era prudente asomarse a ver qué pasaba en las calles”.