Hace unos años, antes de Julieta, Pedro Almodóvar pensó que nunca volvería a rodar una película. De aquella crisis surgió una imagen, su propio cuerpo ingrávido sumergido en una piscina, y de esta, la chispa que encendió su caótico, pero disciplinado proceso creativo.
Representación íntima
“No es mi autobiografía, mas sí la película que me representa más íntimamente”, dice Pedro Almodóvar acerca de Dolor y Gloria, su 21 largometraje, que llega el viernes a las salas de cine de España, y que cuenta con Penélope Cruz, Cecilia Roth y Leonardo Sbaraglia en papeles secundarios.
El protagonista es Antonio Banderas. El actor fue elegido como su alter ego, un director de cine llamado Salvador Mallo que viste su misma ropa (el vestuario se copió del armario de Almodóvar) y vive en una casa como la suya, en la misma calle de Madrid donde está el domicilio del cineasta, rodeado de sus propios libros y obras de arte.
Hasta el diagnóstico médico del personaje principal, recreado con riesgo y belleza mediante una animación de Juan Gatti, corresponde a dolencias que padeció el autor de Todo sobre mi madre, y que le precipitaron a una crisis, que tampoco se dramatiza excesivamente en la cinta.
Dolor y Gloria es un filme luminoso y, en muchos momentos, divertido, como el mejor Almodóvar. Por ejemplo, en la escena (ficticia) en la que Mallo se lanza a las calles como si fuera un personaje de The Wire, en busca de una dosis de heroína que amortigüe su padecimiento.
“Yo nunca he tomado caballo, ni ahora ni en su momento”, aclara el director durante la entrevista realizada en la sede de la productora El Deseo. Eso sí, en su día estuvo rodeado de gente que lo hizo, y recientemente llegó a pensar en recurrir a ella como analgésico.
Incluso llamó a un antiguo amigo, traficante, al que no veía desde hacía 20 años. “No tomé nada, bebimos agua, pero nos pusimos al tanto de la gente de los 80”, explica. Aquel encuentro también está en el largometraje, aunque ese personaje se convierte en un actor (Asier Etxeandía).
Autoficción
Dolor y Gloria es la “autoficción” llevada al cine, un género literario al que se han aproximado otros cineastas como Woody Allen y Federico Fellini. A veces pasa, cuenta el director y guionista, que partes ficticias resultan más auténticas que lo real. Ocurre en una escena con su madre ya anciana (Julieta Serrano), un ajuste de cuentas que jamás sucedió, pero con el que se identifica plenamente.
“Con la escritura no solo abres las puertas de tu intimidad sino que desarrollas posibilidades que no han existido, y eso me estremece”, asegura. El Almodóvar escritor es disciplinado, se sienta frente a la computadora cuando le toca, mas nunca redacta un guion de una sola vez.
Aunque el tema de la escritura se lleva buena parte de la entrevista, aún hay tiempo para hablar de Netflix, que compró los derechos del filme, eso sí, respetando las ventanas de exhibición. “Querían que la cinta fuera suya y ofrecieron cantidades colosales de dinero que mi hermano rechazó”, desvela.
A diferencia de Alfonso Cuarón, que se rindió a Netflix con su aclamada Roma, que apenas pasó por las salas de cine, Almodóvar es un militante de la gran pantalla. “Yo quiero que las películas se vean en los cines y que duren lo que deban durar; para mí la pantalla doméstica es la segunda visión de una película”.