sábado , 23 noviembre 2024
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El HOMBRE LOBO QUE CAMBIÓ TODO

A mediados de los 50, los padres de familia estadounidenses empezaron a preocuparse. Temían que los temas escabrosos y violentos mostrados en los cómics de crimen y horror  influyeran nocivamente en sus hijos. Cuando el doctor Frederic Wertham publicó en 1954 su libro Seducción de los Inocentes, en el que condenaba la moralidad de la industria del entretenimiento (y por ende a los cómics), sus teorías cayeron en terreno fértil. Al poco tiempo, comenzaron a hacerse frecuentes las destrucciones masivas de historietas y algunas municipalidades prohibieron los cómics antes mencionados. 

Los editores de cómics empezaron a ponerse nerviosos al sentir la opinión pública voltearse en su contra. Aunque los títulos de crimen y horror no eran más que una porción de su negocio, la mala percepción pública afectaba a la industria entera. Temerosos de que el Gobierno tomara cartas en el asunto, la Comics Magazine Association of America decidió que lo mejor era autorregularse cuanto antes.

Crearon la Comics Code Authority (CCA), un ente regulador que presentó una larga lista de reglas estrictas para artistas y guionistas, estipulando lo que se podía y que no mostrar en una página de cómic. Esta lista, denominada el Comics Code, tomó muchas ideas del Código Hayes, utilizado por la industria cinematográfica, y prohibió la presentación gráfica de violencia y sangre, así como cualquier insinuación sexual. También incluyó prohibiciones específicas para los cómics de horror.
Por supuesto, los artistas, al verse reprimidos de ese modo, buscaron mil y una maneras de rebelarse contra la censura. Una travesura que tuvo resultados inesperados fue la que se le ocurrió a Gerry Conway, quien escribía en DC Comics. Una de las prohibiciones de la CCA era que no podían incluirse hombres lobo en las historias. Sin embargo, un compañero de trabajo suyo se llamaba Marv Wolfman. Este apellido significa “hombre lobo” en inglés, por lo que Conway se preguntó si la CCA sería tan draconiana de impedir que se insertara el nombre de su colega. 

Así pues, en House of Secrets #83 (1969) se incluyó la historia The Stuff Dreams Are Made Of, escrita por Wolfman, y su crédito se colocó de forma muy visible en la página. En contra de lo esperado, la oficina reguladora no tuvo problema en autorizar la edición y Conway se salió con la suya. 

Las consecuencias de este acto no se hicieron esperar. Hasta ese momento, la inclusión de créditos para los guionistas era algo muy raro en las historias de horror. Desde entonces, los otros guionistas exigieron a las editoriales que también se les diera su crédito en cada historia, condición que se respeta hasta hoy. Y todo gracias a un hombre lobo.

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