El guatemalteco se deleita en la libertad que le da la actuación.
Para Herbert Meneses (Guatemala, 1939), una de las maravillas de la actuación es que le permite ir a donde sea, sin encontrar límites. Esa necesidad de expresar libremente sus emociones lo ha acompañado desde temprana edad y lo llevó a incursionar en el radioteatro infantil de la TGW. Después de los micrófonos llegaron las tablas y los reflectores, y una carrera de no menos de 60 años que lo convierte en uno de Los de siempre.
Desde el corazón
El interés de Herbert Meneses por el radioteatro infantil surgió luego de comprender que allí los niños hablaban desde el corazón. Su primer contacto con ese espacio lo tuvo a los 10 años, mas, al no contar con el permiso de su padre, lo abandonó. Volvió a los 14 y se quedó porque encontró “un oasis maravilloso”, junto a la maestra Marta Bolaños de Prado, directora y fundadora de ese programa, recuerda.
Un tesoro de vida
Participó en distintas radionovelas, y, curiosamente, confiesa, el teatro no llamaba mucho su atención. Fue hasta conocer al grupo argentino 221, al que después se uniría, que cambió su percepción. Con ellos debutó como Aniquino en la pieza Cornudo, apaleado y contento, y desde entonces en su currículo se acumulan roles sobre las tablas y en cintas como Donde acaban los caminos y El silencio de Neto.
Admite que el tesoro de su vida está precisamente en el teatro, con la adaptación de Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams, el retrato de una sociedad inconscientemente cruel ante la sensibilidad humana. Para el intérprete, el escenario es el sitio en el que puede decir lo que verdaderamente siente. “El deleite está en el amor, la libertad y la reciprocidad que se genera con el público”, resalta.
Evolución
De acuerdo con Meneses, un actor puede volar tan alto como quiera, y superar las expectativas. Como ejemplo menciona la labor de la actriz estadounidense Meryl Streep: “Nos dejó con la boca abierta por su genialidad. Muestra que la interpretación puede evolucionar, aun cuando se crea que ya no hay más”.
A las nuevas generaciones de actores, el guatemalteco les recomienda una buena técnica, para evitar caer en dos errores comunes. El primero, la sobreactuación, una agresión para el público; el segundo, la identificación excesiva con el personaje, pues en este momento se pierde la noción de la interpretación.