Una vez comprendido esto debemos tener claro que, sin contar con el Congreso, nada es posible (en sus manos el presupuesto, las leyes y las grandes decisiones nacionales) y que la calidad del presupuesto, leyes y grandes decisiones nacionales, dependerá en consecuencia, de la calidad de los diputados que lo integran y que el presupuesto, las leyes y las grandes decisiones nacionales serán una expresión de lo que quieren los electores en la medida en que tales diputados representen con lealtad a quienes les eligen, sus intereses, sus principios, sus valores.
Fácil, llegados a este punto, comprender que si la clave de todo es el Congreso –la clave la constituyen los diputados que lo integran– (El Congreso no es otra cosa que los diputados que lo integran) y que –en consecuencia– la clave se encuentra en la forma como a estos se elige.
La forma de elegir a los diputados que integran el Congreso, determinará quienes lleguen al Congreso –por la voluntad de quién– y a quiénes representen. Para que se entienda mejor, usted vota pero ¿sabe usted quién es SU diputado?
¿Sabe usted quién es el diputado –SU diputado– que le representará en el Congreso, que representará sus intereses y los principios y valores de Usted en el Congreso? Pues el mismo desconocimiento que usted tiene sobre quién es SU diputado, lo tienen todos los otros electores.
Nadie sabe, entre nosotros, quién es SU diputado. Los electores no nos sentimos representados –ni estamos representados– y no sabiendo el elector quién es SU diputado, carece de instrumento alguno para premiarle o castigarle, según su desempeño (el premio la reelección y la no reelección, el castigo). La forma actual de elegirles, por listado nacional y por listados distritales (inmensos los distritos), difícil de comprender para el elector la forma en que se adjudican los cargos determinan para este –y así para todos– la percepción de no estar representado, a lo que debemos sumar que los partidos políticos tienen el monopolio de la postulación de candidatos, que el período de los electos es muy largo (cuatro años) y que no sabiendo el elector quién es SU diputado, no puede premiar ni castigar su desempeño.
La solución es clara y contundente –la única– la reforma del artículo 157 de la Constitución,
artículo que determina la forma citada de elegir diputados y la introducción de un nuevo sistema para hacerlo, el de los distritos pequeños.
En este sistema, el de los distritos pequeños, no existen listados, dividiéndose el país en 160 distritos que eligen cada uno de ellos un solo diputado y gana la elección en el distrito, sin fórmulas raras, el candidato que obtiene el mayor número de votos, pudiendo postularse como candidato todo ciudadano que quiera hacerlo sin necesidad de que le postule un partido político, dos años el mandato a obtener por los electos.
El sistema de los distritos pequeños permite que sepa el elector quién es SU diputado, el candidato que, en su distrito, haya ganado la diputación por haber obtenido más votos y –sabiendo quién es– podrá premiarle con la reelección o castigarle, negándole el voto.
Veo a los columnistas, en sus nichos, sin formular una y prestando oídos sordos a toda propuesta, lamentándose y, a lo más, expresando la realidad distinta que quisieran pero sin hacer la más mínima referencia ¡Ninguna! a cómo lograrlo.
¿Por qué no salen de sus nichos? Cada columnista en su tumba y cada analista en la suya. ¿No oyeron hablar nunca de la necesidad de reformar la forma de elegir diputados? ¿No oyeron hablar nunca de que para hacerlo es necesario reformar el artículo 157 de la Constitución? ¿No oyeron hablar nunca del sistema de los distritos pequeños? ¿Tienen, acaso, una propuesta alternativa? ¿No es saludable, acaso, el debate? ¿Sepultada la polémica?
Bueno, la verdad es que es más fácil pontificar –cada uno– oídos sordos a los demás –en su propio nicho–. ¡Cada cual en su tumba!