Por: Gerardo Castillo Ceballos
En la columna anterior hablábamos de transferir responsabilidades que no les corresponden a las escuelas, el intento de redirigirlas para que sean enseñadas en el colegio suele ser un fracaso.
En una viñeta de humor, de autor desconocido, se ven dos manifestaciones opuestas. Una es de padres con una pancarta que dice “queremos más horas de clase”. La otra es de niños, con otra pancarta que reclama “queremos más horas de padres en la casa”.
Aceptar la injustificada y excesiva delegación de tareas restaría calidad a las enseñanzas de la escuela.
En ella se cumple siempre el aforismo de que “lo menos es más”: es mejor enseñar menos contenidos, pero de manera profunda y comprensiva, que muchos de manera superficial y memorística.
La diferencia entre la sociedad de antes y la de ahora se puede ver, por ejemplo, en la cuestión de los modales: antes era corriente que los niños y los adolescentes cedieran el asiento del autobús a una persona mayor”.
Dado el crecimiento exponencial de la información, hoy es más necesario que nunca aplicar el proverbio latino non multa sed multum, atribuido a Plinio el Joven (62-114).
Es preferible aprender pocas cosas de importancia que muchas sin ella. Una verdadera cultura debe basarse más sobre la calidad y la profundidad que sobre la cantidad y la dispersa pluralidad de los contenidos.
El lugar donde se adquieren los aprendizajes que preparan para la vida no es solamente la escuela. Esa responsabilidad debe involucrar a toda la sociedad. Por eso hoy se habla de la escuela sin muros, abierta a su entorno y en estrecha interacción con él.
Las familias, los municipios, empresas y medios de comunicación son lugares de aprendizaje que, si convergen en propósitos comunes, constituyen una sociedad educativa. En ella los padres de familia, primeros y principales educadores, cuentan con aliados que comparten sus mismos valores y caminan en la misma dirección.
La diferencia entre la sociedad de antes y la de ahora se puede ver, por ejemplo, en la cuestión de los modales. Un ejemplo: antes era corriente que los niños y los adolescentes cedieran el asiento del autobús a una persona mayor o impedida, y que ayudaran a cruzar la calle a un ciego; en el caso de que alguien no lo hiciera así su comportamiento resultaba socialmente chocante. Hoy ya no le choca a casi nadie.
La sociedad está dejando de desempeñar la antigua función de convergencia de propósitos educativos. Para recuperarla la clave está en la familia: ¡familia, sé lo que eres!: un ámbito natural de educación en el que se descubren y cultivan los valores que dan sentido a la vida humana. La mejora del tejido social solo se producirá regenerando cada una de las células que lo integran, las familias.