El síndrome de desgaste profesional o síndrome del profesional quemado (en inglés occupational burnout) es un concepto acuñado por el psiquiatra americano Herbert Freudenberger en 1974. Lo hizo para referirse al estrés y a los sentimientos de agotamiento y frustración que se generan en un profesional a causa de una sobrecarga de trabajo, afecta más a quienes trabajan con personas, como es el caso de los profesores.
Un profesor resulta “quemado” cuando no puede asimilar una gran decepción: que las metas que se propuso son imposibles de alcanzar debido principalmente a conflictos en el aula. El desgaste profesional suele originar, a su vez, actitudes negativas hacia un trabajo del que acaba desconfiando. A pesar de que, últimamente, los medios de comunicación le sirven de altavoz, el angustioso SOS de los profesores que se “queman” día a día en un trabajo estresante, sigue teniendo poca respuesta social.
En el “Informe Cisneros” (2018) se concluye que los conflictos en el aula, provocados por alumnos indisciplinados y agresivos, hacen que uno de cada diez profesores piense en abandonar la profesión. En el Informe de Kallen y Colton (1980) se descubrió la estrecha vinculación existente entre dos factores: aumento de la violencia en los colegios y escolaridad obligatoria, sobre todo en los últimos años de la etapa secundaria.
Los jóvenes en edad de trabajar que se ven forzados a seguir en la escuela en contra de su voluntad, suelen reaccionar con conductas disruptivas (las que interrumpen una actividad o proceso, impidiendo su desarrollo normal). Este tipo de alumnos ni aprenden ni dejan aprender a los demás. Afortunadamente, hay profesores que nunca se dan por vencidos. Son los resilientes. La resiliencia es la capacidad de superar cualquier adversidad saliendo reforzado de la misma. Quienes la poseen afrontan los problemas desde una posible solución y transforman las adversidades en oportunidades.