“Una vida sin examen no merece la pena ser vivida”, declaraba Sócrates en su defensa ante los atenienses. Con esta frase quería manifestar lo que había sido su vida misma: una búsqueda racional de la verdad, un examen profundo de las cuestiones importantes, con el propósito de encontrar aquello que merece la pena en la vida humana: la justicia. Si Sócrates puede considerarse el padre de la cultura occidental es precisamente porque, desde entonces, con sus luces y sombras, la filosofía ha tratado de comprender mejor la realidad y mejorar la civilización mediante el método socrático el pensamiento crítico, por decirlo en la jerga del siglo XXI. Ese mismo afán de “seguir el razonamiento, hasta donde el razonamiento nos lleve” es el que le conduce a Sócrates a desmontar los argumentos de su amigo Critón –dispuesto a sobornar al guarda y sacarlo de prisión–, y aceptar la condena impuesta, la muerte. “Más vale padecer la injusticia que cometerla”. Ese mismo afán es el que lleva a un ejercicio crítico que mejore la sociedad, que la haga más justa y humana, aunque nos haya costado más de veintitrés siglos acabar con muchas desigualdades sociales.
La filosofía es una de esas cosas importantes donde occidente se juega su destino. Por eso resulta esperanzador que vuelva a tomar protagonismo en las aulas: el Congreso ha pactado que vuelva a ser asignatura obligatoria, no sólo en los dos cursos de bachillerato, sino también en cuarto de secundaria. En un mundo de pantallas y paraísos virtuales, la filosofía sigue viva entre los jóvenes. Lo pone de manifiesto el interés creciente que despiertan las Olimpiadas de filosofía, actividades voluntarias a las que acuden muchos jóvenes y que aquí mismo, en Navarra, cada vez atraen a más jóvenes de bachillerato. El prestigioso intelectual americano, Michael Sandel, contaba al recibir hace apenas unos días el premio Princesa de Asturias su experiencia personal con la filosofía. Fue a raíz de un estudio sobre economía que elaboraba con un amigo como surgió en él la pregunta por la justicia, y le llevó necesariamente a la reflexión filosófica. Él tuvo la oportunidad de leer muchos libros y conocer planteamientos de muy distintos autores. Pero de distinto modo que él –narra Sandel en su discurso– hay personas que encuentran la filosofía como necesidad en la vida; por ejemplo, Reginaldo, un hombre que vive en las favelas de Brasil y se enamoró de Sócrates a los veinticinco años. “Reginaldo aún vive en la favela y lidera los debates allí. Creo que él y yo estamos comprometidos con el proyecto que Sócrates comenzó: invitar a los ciudadanos, independientemente de sus antecedentes o circunstancias sociales, a hacer preguntas difíciles sobre cómo debemos convivir”.
En una situación como la nuestra, la reflexión acerca de las cuestiones importantes, los temas permanentes, resulta capital para formar ciudadanos libres y construir una sociedad más justa. Sólo mediante la búsqueda racional de la verdad y el pensamiento crítico estamos en condiciones de encontrar respuestas a los problemas de la vida. La filosofía como método socrático es, ante todo, apertura a la realidad, capacidad de admiración, búsqueda de comprensión. Si Sócrates por un lado trataba de mostrar la debilidad de los argumentos, por otro lado tenía el convencimiento de que era posible comprender cada vez mejor la realidad: el bien, la belleza, la justicia. Aunque la sociedad haya querido eliminar en repetidas ocasiones a Sócrates, todavía su voz puede volverse a escuchar una y otra vez en las aulas.