Freddie había muerto. Recuerdo que recibí la noticia en uno de los noticieros nacionales. Era un mensaje de tres oraciones. Sin mayor explicación dieron la versión de su deceso y anunciaron el gran duelo en el mundo de la música. Lo que se dice sin conocimiento de Mercury, el rock o su significado.
En Huellas, un programa de los miércoles en Metrostereo 102.9, que conducía Carlos Anleu Samayoa el Doctor, había un segmento llamado Cartas que nunca llegaron, al que los jóvenes acudían por consejos afectivos. Esa noche se rompió el protocolo y se leyó la carta de una chica que tuvo la suerte de conocer al grupo y a Mercury en el backstage de un concierto en Londres.
Yo no sabía nada de Queen o Freddie, y aquella congoja mundial pasó sin pena ni gloria por mis huesos. Sin embargo, despertó mi curiosidad por la banda. En un casete, un amigo de mi hermano mayor había grabado tres canciones: Good Company, Bohemian Rhapsody y God Save The Queen. Sin saberlo, mordí el anzuelo y pregunté quiénes eran. Me dijeron que Queen y el álbum, A Night At The Opera.
Hubo una época en la que Paiz vendía discos, por lo que el compilado de Grandes Hits estaba allí junto al de Innuendo. Ambos los compré y le pedí a mi hermano que me grabara el otro material para tener tres.
A Night At The Opera (1975) fue un golpe que hasta la fecha disfruto. Es dramático en toda su extensión. Death On Two Legs es una feroz protesta contra el político tramposo y la rebeldía que conlleva. Está muy bien escrita y la guitarra de Brian May suena a león afinado. Lazing on a Sunday Afternoon tienen toques clásicos con coros divertidos. Mucho trabajo para decir que no vas a hacer nada el domingo.
Hay varios pelos en la sopa, canciones que lo entorpecen. Como I’m in Love With My Car y Sweet Lady, con letras tontas y tonadas insulsas. Hay otras como You’re My Best Friend, que son melifluas. Con la que Queen me asombra es con 39’. Fue escrita por May, el astrofísico, y su concepto es un viaje al pasado para escribir una carta a la amada que se quedó en el futuro. Sus pasajes nostálgicos son intensamente tiernos sobre una guitarra de 12 cuerdas. Dice tanto con tan poco.
Luego Seaside Rendezvous es una canción de cabaret de los años 20. Escucharla con audifonos te manda a otra dimensión. Con el tiempo me enteré que no tiene trompetas y todos los efectos son hechos con la guitarra eléctrica y el ingenio de May.
The Prophet Song es épica. Sus coros en loop son irresistibles. El final es un puente para Love of My Life. Este es un gigantesco tema de amor con un piano que vuela en guitarra y una letra ensoñadora. Good Company y Seaside parecen dos hijos siameses de Lady Madonna, de Paul McCartney. Después Bohemian Rhapsody, un juicio al pobre niño que mata a un hombre para sobrevivir. Es enjuiciado en el coro y la muerte será su castigo. Me recordó The Trial, de Pink Floyd.
Rememoro esto porque la película de Queen anda por los cines. Aunque reconozco que no es de mis bandas favoritas, este material lo tengo muy cerca. El fenómeno que sobrevino al grupo es aburrido y excesivo, y muy propio de los conjuntos de aquella época. Yo revivo a Freddie con este disco, mientras Queen sigue presente. Espero que el filme retrate su dimensión, que merece un respeto casi divino.