sábado , 23 noviembre 2024
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Pablo VI, hombre de la Iglesia

César Izquierdo, Profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra

 

A Pablo VI se le presenta con razón como el Papa del diálogo, de la modernidad, de la apertura y renovación de la Iglesia. Todo ello es, sin embargo, un reflejo de su verdadera estructura interior: era, por encima de todo, un hombre de la Iglesia, que vivió una profunda espiritualidad cristocéntrica y estaba totalmente comprometido con la tarea de guiar al pueblo de Dios por los nuevos tiempos que amanecían en la segunda década del siglo XX.

Pablo VI hizo presente a la Iglesia en ámbitos hasta entonces alejados de ella. Fue el primer Papa que realizó viajes internacionales, visitó la Organización de las Naciones Unidas, en el 20 aniversario de su fundación, viajó a Tierra Santa para encontrarse con el Patriarca de Constantinopla Atenágoras I … Como estos, tuvo multitud de gestos que mostraban una -en más de un sentido- nueva relación de la Iglesia con el mundo. Hacia dentro asumió decididamente el reto de impulsar la renovación auténtica de la Iglesia comenzada por el Vaticano II. La reforma litúrgica, la sinodalidad, el diálogo ecuménico, entre otros, recibieron un impulso decidido de su acción.

Cuando fue elegido como sucesor de Juan XXIII, en 1963, Pablo VI contaba con un notable caudal de prestigio y reconocimiento por parte de los líderes de opinión dentro y fuera de la Iglesia. Pero el papa Montini no se sintió controlado por su imagen pública. Aunque, por carácter y formación, tenía una profunda percepción de la multitud de matices que modulan las personas y los acontecimientos -y eso podía llevarle a una deliberación prolongada-, cuando veía cuál era su deber, no temía actuar aun sabiendo que de ese modo dilapidaba su prestigio de hombre moderno y abierto al mundo. Dos ejemplos: durante los trabajos del Concilio Vaticano II, Pablo VI intervino directamente y de manera decisiva cuando consideró que esa era su responsabilidad; y, en 1968, publicó la encíclica Humanae Vitae, siendo consciente de que su enseñanza sería incomprendida y atacada no solo por laicistas sino también por eclesiásticos. Cincuenta años después de estos hechos, no es difícil reconocer no solo la valentía sino también el carácter profético de estas intervenciones.

La honda piedad del papa Montini, el sentido del tiempo que le tocaba vivir y el compromiso de fidelidad a su misión, fuera cual fuera el precio, marcaron la vida del futuro santo.

 

 

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