Por: Juan Luis Ossa, Escuela de Gobierno
“La Democracia en América” es el libro más leído y citado de Alexis de Tocqueville. Publicado en 1835, en este estudio el pensador francés resumió las que, según él, eran las principales características de la prácticamente innata inclinación de los norteamericanos hacia la democracia representativa. Ya fuera por sus instituciones o por el papel dinámico y vibrante de la sociedad civil, en este libro vemos a un Tocqueville entusiasmado por los niveles de participación política de los estadounidenses en un sistema que ponía trabas —al menos en ese entonces— a las posturas demagógicas y a la “tiranía de las mayorías”.
Ahora bien, tanto o más relevante que “La Democracia en América” es “El Antiguo Régimen y la Revolución”, la última obra de Tocqueville y en la que adelanta una tesis muy provocadora. Según él, lejos de quebrar con el sistema político que la precedió, la Revolución Francesa llevó a su máxima expresión el centralismo administrativo que había implementado la misma monarquía que los revolucionarios buscaron destruir. Las continuidades entre ambos regímenes, en otras palabras, serían para Tocqueville más evidentes que las rupturas, sin por ello, claro está, desconocer los cambios profundos que en muchas materias trajo consigo la revolución.
Esta tesis es extrapolable a otros escenarios. En efecto, la Independencia de Chile puede ser comprendida desde el prisma “tocquevilleano”, esto es, tomando en consideración que el paso de la monarquía a la república fue el resultado de negociaciones y transacciones entre grupos de poder que, en su mayoría, habían hecho carrera en la burocracia borbónica. Nada de extraño en ello: los seres humanos tienden a acudir a lo conocido cuando la incertidumbre revolucionaria arrecia.
En estos días de conmemoración me pregunto si el plebiscito de 1988 no podría verse también bajo el mismo prisma. Me parece que sí: la orgánica institucional de la transición debe mucho al entramado de la Constitución de 1980; de hecho, hasta el día de hoy seguimos insertos en discusiones que huelen a décadas anteriores, siendo el Ejecutivo actual el que quizás encarne más explícitamente esa combinación entre el pasado noventero y el presente. El día que ganó el No ganó la democracia, pero eso no significa que el parteaguas dictatorial se haya disipado de una vez y para siempre. Nos guste o no, la “revolución transicional” se diseñó durante la dictadura, es decir, durante el “Antiguo Régimen”.
No se trata, por supuesto, de exagerar la influencia de Tocqueville (o de cualquier otro pensador) en un análisis de esta naturaleza. Se trata, más bien, de poner en contexto la complejidad de todo traspaso de poder. Como otras veces, la vigencia de los clásicos de la literatura occidental puede arrojar luces sobre nuestra historia reciente.