Por: Gerardo Castillo Ceballos, Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
Una de las noticias que más se repiten últimamente en los “medios” es la de las rupturas conyugales. Me limitaré a la última que acabo de conocer. En la portada de un periódico se puede leer el siguiente titular: “Cada día se rompen en Navarra una media de cuatro matrimonios”. (Diario de Navarra, 25-9-2018).
Esta “epidemia” actual tiene causas muy estudiadas. En los casados jóvenes la principal es la inmadurez para la vida conyugal; se casan con mentalidad de solteros, sin ser conscientes de que se deben al otro, de que el matrimonio conlleva amor comprometido, vida en común y sacrificio.
En los casados con más de veinte años de convivencia, las causas principales son las siguientes: la rutina en la vida conyugal, la incomunicación, la pérdida de la capacidad de “aguantar” y la infidelidad. Además, el cónyuge infiel suele trivializar esa injusticia que atenta contra la esencia del matrimonio: “esa niñata no significa nada para mí; es a ti a quien quiero de verdad”.
Por razones de espacio me referiré a una sola causa de las rupturas conyugales: la incomunicación.
Uno de los mayores obstáculos actuales de la comunicación conyugal es la adicción a internet de uno o de ambos cónyuges, incluso en el tiempo reservado para conversar al final de cada jornada. Sacrificar tiempos de intimidad conyugal a ser internauta es una insensatez que suele pasar factura (tanto en una empresa de redes sociales, como en el matrimonio). Sospecho que quienes lo hacen no han leído a André Maurois, para quien “un matrimonio feliz es una larga conversación que siempre parece demasiado corta”.
Comunicar es hacer común lo propio, compartir. ¿Cómo se realiza en la vida conyugal? ¿Cuáles son sus posibilidades?
“La comunicación interpersonal, en el ámbito del matrimonio, es una condición que, por ser esencial, resulta ineludible e irrenunciable. La vida matrimonial es comunicación. El amor que une a dos personas es diálogo. Cuando éste se agosta, obstaculiza o desaparece, aquella muere. Mediante el encuentro y el diálogo interpersonal, un “yo” abre su interioridad, libremente, y la traslada a la intimidad de un “tú”, por cuya virtud acaban por constituirse en un “nosotros”. (A. Polaino-Lorente: La comunicación en la pareja. Errores psicológicos más frecuentes. 2002).
La psicóloga Alex Bayorti destaca también la importancia de la comunicación en el matrimonio, pero con otro argumento: qué suele ocurrir cuando es deficiente: “Entre los muchos motivos del actual incremento de las rupturas conyugales hay uno que es transversal y que consiste en acumular emociones negativas con respecto al otro. Esta suerte de olla a presión se convierte en un verdadero problema que cualquier chispa puede encender. Es habitual que nos hayan enseñado a tolerar más que a comunicar. El resultado es que la parte que quiere hablar y comunicarse se reprima y que la parte que prefiere no hablar las cosas se encuentre en un estado constante de inmovilismo”.
En esta situación cada parte suele guardar una lista de agravios en silencio, que en cualquier momento pueden aflorar en forma de reproches mutuos, que pueden ser el detonante de una ruptura anunciada.
La buena comunicación conyugal es más afectiva que cognitiva. Por no ser conscientes de ello, muchos casados infravaloran la expresión de los sentimientos y en los conflictos apelan sólo a razones. Así cabe que el cónyuge más sensible le diga al más racional: “Dame afecto y no más argumentos”. El poeta Miguel D,Ors lo dijo de este modo:
“Debajo de la nevada/está naciendo el verano./ Espera. Dame la mano/y no me preguntes nada.”
La comunicación emocional suele mejorar significativamente cuando los dos cónyuges aprenden a hacer un uso inteligente y positivo de sus emociones. Esto supone desarrollar competencias emocionales en función de metas. Una de ellas es el autocontrol de las emociones negativas (irritabilidad, ira, rencor, etc.); otra la comprensión empática. Esta última consiste en saber captar los sentimientos de otra persona y sintonizar con ellos, para así poder ayudarla. Las personas con poca empatía padecen “sordera emocional”; están incapacitadas para detectar el estado de ánimo de los demás.
Otra valiosa competencia emocional es saber adaptarse a la forma de ser de del otro cónyuge, a sus diferencias y a sus defectos. Hay hombres que se “olvidan” de que están casados con una mujer; y mujeres que se “olvidan” de que están casadas con un hombre.
Sugiero a los hombres que estén más atentos a las quejas de sus esposas. Por ejemplo “¡soy una mujer casada, pero no tengo marido; te has casado con tu trabajo”. Y sugiero a las mujeres que sean más explícitas cuando se sientan contrariadas; que no se traguen los enfados; que no exijan a su marido que sea adivino.