Por: Joaquìn Gaete
El lenguaje importa cuando se trata de cambiar la cultura. Piénsese en la diferencia que implica hablar de “niños con disforia de género” versus “niños que enfrentan intolerancia social”. La diferencia de lenguaje no solo genera cambios inmediatos en nuestra emocionalidad (dos formas de empatía muy diferentes). ¿Es lo mismo un sujeto enfermo, que un sujeto que está siendo sistemáticamente vulnerado en su derecho? Vemos cómo estos cambios de lenguaje pueden llevar a cambios legales, y en el largo plazo, a cambios culturales más
profundos.
En el contexto de la mesa de Acuerdo Nacional por la Infancia se ha logrado la creación de un sistema de alerta para identificar tempranamente niños cuyas posibilidades de desarrollo estén en riesgo.
Parte importante de este desafío es diseñar un sistema que no implique estigmatizar a sectores de la población que, presentando altos factores de riesgo, no necesariamente verán menoscabado el desarrollo de su niñez. Combatir la estigmatización requiere un cambio cultural que incluye dejar de ver a los niños como objetos de intervención (o de “beneficios sociales”) y considerarlos sujetos de derechos. Hay una manera en que todos podemos ayudar en dicho proceso: cambiar nuestro modo de hablar. El modo de hablar construye nuevas realidades culturales, incluyendo nuevas emocionalidades, por lo que es crucial cuando se trata de
estigmatizar. Hoy sabemos que mientras el 50% de los niños más vulnerables recibirán alguna forma grave de maltrato antes de cumplir 5 años, solo un 1% o 2% de los niños “menos vulnerables” compartirá ese destino. Según la experta en sistemas de alerta infantil, la Dra. Rhema Vaithianathan, se trata de inequidades predecibles. El entrecomillado resulta particularmente adecuado, ya que la magnitud de esta inequidad nos habla de niños que más que “vulnerables” son vulnerados gravemente en su derecho a desarrollar todas sus
capacidades humanas.
¿Qué pasaría si abandonamos el lenguaje de la “vulnerabilidad” y adoptamos el lenguaje de la “vulneración”? Hablar de “niños con vulnerabilidad” nos conecta con una emocionalidad de compasión, ciertamente, pero la compasión que uno siente frente al sujeto frágil, débil, necesitado. El pobrecito. Aquel que requiere de nuestra beneficencia (“beneficios”).
En cambio, hablar de niños que deben enfrentar adversidades, ello nos conecta con otro tipo de compasión: esa que uno siente con el héroe que “no la ha tenido fácil”. Que le ha tocado luchar frente a una situación difícil. Esta nueva emocionalidad (indignación real), será el signo más confiable de que hemos hecho el cambio cultural requerido: solidaridad para eliminar al villano.