En ocasiones, un minuto basta para cambiar una realidad y para cambiar la vida. En un minuto podemos tomar una decisión de la que nos sintamos muy orgullosos o de la que nos arrepintamos el resto de nuestra vida. En un minuto podemos expresar con palabras, actos o miradas muchos mensajes que dejan claro lo que sentimos por alguien. Un minuto basta para volver y recordar momentos que marcaron la vida de las personas, aún pasadas varias décadas de gratos o ingratos momentos.
Hace unas semanas tuve la oportunidad de regresar a un lugar a donde no iba hace más de tres décadas, un lugar que le ha marcado la vida a uno, por las personas tan especiales que fueron parte de la vida, con quienes uno jugó, estudió o simplemente conversó. Solo fue un año el que viví en ese lugar, estudié un grado del ciclo básico, pero bastó el tiempo para dejar grandes y buenos amigos. Vinieron a mí recuerdos y situaciones, como cuando caminábamos entre lo desolado y oscuro de la carretera hacia el instituto todos los días, cuando en una bicicleta viajábamos más de uno para llegar a tiempo, cuando, para evitar que yo me fuera solito al instituto porque no tenía bici, todos nos íbamos a pie. Qué actos tan especiales de solidaridad los que siempre me manifestaron mis amigos, algo que nunca olvido y que llevo siempre en mi corazón. Éramos cuatro, Uriel Monzón, Mildred Villatoro, Celi Villatoro, y yo. A veces se nos unían otros, pero nosotros éramos inseparables; juntos hacíamos tareas y estudiábamos. Usábamos un tanque como piscina improvisada, disfrutando de vez en cuando de un chapuzón para refrescarnos del intenso calor de esa área. No puedo decir que refaccionábamos juntos en el instituto, porque no llevábamos dinero para comprar en la tienda, pero mi especial y gran amiga Mildred siempre llevaba fruta para que nos sentáramos a comer solitos en una esquina, tanto ella como yo íbamos de otro centro educativo, y no teníamos muchos amigos, además de que éramos y seguimos siendo extremadamente tímidos. Cuando la lluvia era extrema, iba por nosotros en un vehículo verde, del abuelito de mis amigos, pues eran hermanas y primos, respectivamente, don Ricardo Monzón Reyna (+), alguien muy especial, hermano del grande de la canción vernácula Ernesto Monzón Reyna, y yo salía ganando, pues nunca me dejaban; era otro de la familia. Cómo olvidar esos detalles.
Digo que un minuto bastó, pues llegué al lugar y tuve la grata oportunidad de ver a algunos de mis amigos; estuve por tres o cuatro horas en las actividades; sin embargo, solo pude saludar en menos de un minuto a mi especial amiga Mildred, quien por compromisos laborales no tuvo más tiempo, pero eso bastó para retrotraer mi mente, por más de tres décadas, con todo lo que eso significó en mi vida. Agradezco al Creador la oportunidad de haber conocido a esos extraordinarios compañeros, quienes siempre me vieron como parte de sus familias y a quienes nunca olvidaré. Un rosario de bendiciones para ellos y sus respetables familias.