Por: Gerardo Castillo Ceballos
Profesor de la Facultad de Educación y Psicología
de la Universidad de Navarra
Trabajo viene del latín tripalium, que significaba tres palos. Era un instrumento de tortura formado por tres estacas a las que se ataba al reo. Mediante una evolución metonímica, adquirió el sentido de penalidad y sufrimiento. Si el sufrimiento va unido a una retribución económica, el resultado es el actual concepto de trabajo.
Los griegos y romanos de la antigüedad clásica pensaban que el trabajo era para los plebeyos (una clase social inferior, la de la plebe), mientras que el ocio recreativo estaba reservado a los nobles.
Actualmente, muchos profesionales están afectados por un mal contagioso: el desamor a su trabajo. Se esfuerzan solo o principalmente para ingresar un dinero necesario para la subsistencia material. Esto se observa, por ejemplo, en la picaresca para trabajar menos y, además, presumiendo de “listos”.
El amor es el ingrediente que convierte un trabajo en un estilo de vida. No cabe concebir a un profesional exitoso sin un corazón feliz. El amor a lo que se hace explica la existencia de profesionales históricos que convirtieron su trabajo en joyas científicas o artísticas. No es imaginable la obra de Maríe Curie o de Miguel Ángel Buonarroti sin pasión por su trabajo. En cambio, el desamor por el trabajo nos hace mediocres. Se comprende así por qué algunos algunos autores conciben el trabajo como una actividad digna y gozosa.
En 1936 Juan Ramón Jiménez, impartió una famosa conferencia sobre “El trabajo gustoso”. Contó las ejemplares historias de un jardinero sevillano, un regante granadino, un carbonero y un mecánico malagueño. Juan Ramón pensaba que cultivar el amor por el trabajo influía mucho en su calidad. En la historia del mecánico se advierten importantes valores humanos:
“Salíamos de Málaga, difícilmente. El coche se paraba a cada instante, jadeando. Venían mecánicos de este taller, del otro. Todos le daban golpes aquí y allá sin pensarlo antes, tirones bruscos, palabras brutas, sudor vano. Y el coche seguía lo mismo. Con grandes dificultades pudimos llegar a un taller que nos dijeron que era muy bueno. Salió un hombre que vino seguro al coche, levantó la cubierta del motor, miró dentro con precisa inteligencia, acarició la máquina como si fuera un ser vivo, le dio un toquecito justo en el secreto encontrado y volvió a cerrar.
– El coche no tiene nada. Pueden ir con él hasta dónde quieran.
-¿No tenía nada? ¡Si lo han dejado por imposible tres mecánicos!
– Nada. Es que lo han tratado mal. A los coches hay que tratarlos como a los animales. Los coches quieren también su mimo.”
Para Juan Ramón, el trabajo gustoso no era solo propio del artista, sino de cualquier ser humano capaz de poner en su oficio la atención y el deseo suficientes. Esta actitud fue compartida por Eugenio D´Ors, en su ensayo Aprendizaje y heroísmo:
“Voy a hablarte, hijo mío, del heroísmo en cualquier oficio y del heroísmo en cualquier aprendizaje. Ese hombre de la cazadora no es un hombre honesto. Ejerce la profesión de caricaturista en un periódico ilustrado y habla siempre con asco de su oficio. Cumple únicamente por la ganancia. Ha dejado que su espíritu se vaya lejos de la labor que le ocupa las manos, en lugar de llevar a la labor que le ocupa las manos el espíritu. Cuando el espíritu en ella reside, no hay faena que no se vuelva noble y santa. Revela que en la actividad se ha puesto amor, cuidado de perfección y armonía, y una pequeña chispa de fuego personal: eso que los artistas llaman estilo propio, y que no hay obra ni obrilla humana en que no pueda florecer. Manera de trabajar que es la buena”.
En esos dos textos se aprecia que el amor a lo que se hace predispone al trabajo bien hecho y favorece el rendimiento. Lo confirma también el discurso de Steve Jobs a los estudiantes de la Universidad de Stanford, el 12 de junio de 2005:
“Tenéis que confiar en algo, lo que sea.
Ser despedido de Apple, la empresa que fundé, fue una amarga medicina, pero creo que el paciente la necesitaba. Estoy convencido que lo único que me permitió seguir fue que yo amaba lo que hacía. Tenéis que encontrar lo que amáis. Y eso es tan válido para el trabajo como para el amor. (….) La única forma de hacer un gran trabajo es amar lo que se hace. Si todavía no lo habéis encontrado, seguid buscando. No os detengáis”.
Este mensaje revela que, junto a una formación profesional específica, se necesita una formación común a toda profesión, relacionada con los aspectos humanos del trabajo, entre ellos trabajar con motivos elevados y actitud de servicio.