Son casi las seis de la tarde de un domingo cualquiera en la Arena Guatemala-México, en la colonia Ciudad Real, zona 12, al sur de la capital. Gente de todas las edades espera impaciente en la bancas de madera, mientras rechiflan para que salgan los luchadores.
Hay dos bandos que pelean: los técnicos, que se apegan al reglamento, y los rudos, que ignoran las reglas, algo así como el ying y el yang de la lucha libre, el bien contra el mal. La Arena Guatemala-México mantiene viva la tradición de la lucha desde hace 30 años, y cada domingo la audiencia llega a apoyar a sus luchadores. Comienzan las luchas, Tornado y Apache son los primeros en subir al ring, le siguen Anubis y Ciclón Negro, y también las mujeres saltan al cuadrilátero con el enfrentamiento de Satánica y Maléfica, en la lucha incesante de técnicos contra rudos.
Con las peleas finales llega el momento cúspide de la jornada; el público se enciende y los gladiadores hacen gala de sus mejores trucos: unos saltan desde las cuerdas, otros realizan maniobras en el ring, y las caídas se vuelven estrepitosas. Ese es el espectáculo que buscan los aficionados, esa es la lucha libre.
Las peleas entre técnicos y rudos marcan las jornadas de los luchadores.
Familias enteras acuden a apoyar a los luchadores de su preferencia.
La arena Guatemala – México tiene 30 años de promover la lucha libre.
Un niño utiliza una máscara de su ídolo.
Por: Luis Echeverría