Está en pleno debate la iniciativa de ley 5395 “Identidad de género”, que quiere posibilitar que un buen número de personas puedan construir su autonomía, su independencia, ser reconocidas desde su ser, disfrutar de oportunidades y acceder a servicios públicos, según sus necesidades propias.
En Guatemala hay alrededor de 45 mil personas autonombradas trans. Son personas que no se sienten cómodas con su cuerpo y con la identidad y se identifican más con el ser de otro género, que desean ser reconocidas e identificadas con esta identidad, y por ello, a través de esta ley que proponen, piden el reconocimiento estatal.
Algo llama la atención: grupos y personas se oponen a que las personas trans puedan cambiar su identidad genérica en sus documentos de identificación personal (partidas de nacimiento y DPI). ¿Por qué se sienten con el derecho de oponerse a algo que no les afecta directamente? ¿Qué ideas mueve este rechazo? Para empezar, hay que reconocer la existencia de la violencia simbólica que dice que hay una sola forma posible de ser y estar. Esta violencia simbólica se ha impuesto a partir de imponer una concepción de la normalidad, que naturaliza ciertos comportamientos y que se impongan formas de ser que deben ser cumplidas por todas las personas, estemos o no de acuerdo. Esto ha conllevado entonces a que se asignen a ciertos seres la calidad de superioridad moral según esos estándares. Esto, en la historia, ha llevado a cometer restricciones, que incluso han generado delitos de odio contra aquellas personas que no encajan en los estándares establecidos.
En nombre de la normalidad se asesinaron miles de mujeres en la caza de brujas, en el momento en que se trató de privatizar y despojarles de su conocimiento de la medicina y la naturaleza. Vivimos la imposición de una supremacía aria o blanca (que significó en Europa 11 millones de asesinados, entre judíos, gitanos y otros grupos étnicos, sociales e ideológicos). Se cometió el genocidio en Guatemala (24 mil 900 fallecidos, 220 comunidades arrasadas, 450 mil personas desaparecidas y miles de mujeres violadas, y muchas de ellas forzadas a trabajos de servidumbre doméstica y sexual). Por eso nos preocupa hoy que, en aras de la normalidad, se trate de obligar a que las personas obligadamente renuncien a ser quienes son. Porque esta imposición solo deja un legado de silencio, obediencia, autoritarismo, que no contribuye a la vivencia de una democracia plena.