“Tercera llamada, y comenzamos”, pronuncia una voz off con entusiasmo. Segundos después el telón se abre y la Sala de Teatro Manuel Galich baja sus luces. Sobre el escenario, un encantador, pero arrogante príncipe implora el perdón de una hechicera que lo convierte en monstruo. Bajo la dirección de Óscar Cano y Arturo Rodríguez, Duende del Ático está en cartelera con La Bella y la Bestia.
Mágico despertar
Acompañada de truenos, destellos de colores y melodías misteriosas, el elenco de la compañía Duende del Ático nos traslada hasta Francia. Mientras el príncipe (Andrés Rizzo)/Bestia (Óscar Cano) se oculta, en la plaza de un pueblo cercano los murmullos de los habitantes se escuchan cada vez que ven pasar a Bella (Ángeles Sosa), una joven amante de los libros.
Esta historia también viene cargada de música, que se inaugura con el tema Bella. Durante los primeros minutos, niños y adultos entran en sintonía con los coros del reparto, pero esto cambia con la aparición de Gastón (Raúl Zamarripa), quien provoca aplausos y silbidos.
Lucha de sentimientos
Esta adaptación rescata figuras como Maurice (Job Mejía), un hombre mayor que se dedica a inventar artefactos que revolucionen su economía e impulsen los sueños de su hija, Bella. A lo largo de la pieza, esta relación se mantiene sólida y abnegada, tanto que es el motor para que la protagonista decida renunciar a su libertad.
En la trama, además, es posible observar los sacrificios que hacen los personajes al ser dominados por el amor. Por ejemplo, esa bestia que estará dispuesta a ser más tolerante, aprender buenos modales y decir “por favor” y “gracias” para demostrar que en su interior hay un tierno corazón.
Una doncella sin apuros
Aunque La Bella y la Bestia es un cuento francés cuyos orígenes se remontan al siglo XVIII, sobre el escenario hay una protagonista que defiende sus ideales y que lucha por ser independiente, al grado de salvar a su príncipe de un terrible final. No lo hace sola, porque la audiencia infantil colabora en distintos momentos para darle pistas.