Tomás Trigo, Profesor de Teología Moral de la Universidad de Navarra
El papa Francisco ha decidido modificar la redacción del número 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica, que trata sobre la pena de muerte.
A unos les ha faltado tiempo para quejarse de que el Papa “cambia” la doctrina católica, a otros les ha sobrado el mismo tiempo para alabar a un Papa que “cambia” los dogmas de siempre. Una vez más, es necesario tener la humildad y la sensatez de enfrentarse a la verdad sin prejuicios.
Profundizar en la Palabra de Dios y progresar en su comprensión o exponerla de un modo más claro, no equivale a cambiarla.
En la nueva redacción se afirma que, “a la luz del Evangelio”, la Iglesia enseña que “la pena de muerte es inadmisible”. El Evangelio no es letra muerta. Es una luz que ilumina nuestra mente, para que comprendamos cada vez mejor el orden que Dios ha dispuesto. ”La Palabra de Dios –afirmó el Papa en octubre del pasado año– no puede ser conservada con naftalina, como si se tratara de una manta vieja que hay que proteger de la polilla. ¡No! La Palabra de Dios es una realidad dinámica, siempre viva, que progresa y crece”.
A medida que la Iglesia progresa, a la luz del Evangelio, en la comprensión de la Ley de Dios, la expresa y formula de modo más adecuado. Y eso es lo que acaba de hacer el Papa, respecto a este asunto de la pena de muerte.
Ninguna novedad, por tanto, ningún “cambio” de la doctrina católica.
Pero, a la vez, la enseñanza del Papa nos remite a una verdad ilusionante y siempre nueva: la Palabra de Dios está viva, y Cristo sigue moviendo los corazones a través de su Iglesia, porque está empeñado en instaurar un reino de amor, de justicia y de paz.