Por: Acisclo Valladares Molina
Embajador Todd Robinson, Embajador que fuera de los Estados Unidos de América –ya había servido en un cargo subalterno anteriormente– fue designado como Encargado de Negocios (no “Agregado” de Negocios, como erradamente afirma nuestra Prensa, categorías, una y otra, muy distintas entre sí) en la República Bolivariana de Venezuela, tratándose de un diplomático de carrera y, en consecuencia, nada podría tener de extraño o de particular que ocupe cargos en el servicio exterior estadounidense, con total y absoluta independencia de qué partido político se encuentre en el poder –sean los gobernantes republicanos o demócratas– algo que, al parecer, no entienden nuestros todólogos “analistas” políticos. Los gobiernos pasan, pero los funcionarios –que son de carrera– permanecen, norma fundamental que rige en los servicios públicos de excelencia. Todd Robinson fue declarado non grato en la República Bolivariana de Venezuela y hubo de abandonarla dentro del plazo establecido por sus autoridades, un honor en ciertos casos, tal y como fuera la declaración sufrida por nuestro Embajador, Jorge García Granados, cuando fue Ministro (Jefe de Misión, legación entonces) ante la Corte de San Jaime (Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte), aunque obviamente es mejor, que conste, que se alcancen los objetivos sin llegar a este extremo. Escribí al Embajador Robinson en aquella ocasión, en estos términos: “Espero que te llegue mi mensaje. Siéntete orgulloso de ti mismo: te mereces la satisfacción del deber cumplido. Un fuerte abrazo.” Su nuevo nombramiento como Consejero del Departamento de Estado, en otras palabras, la Cancillería estadounidense, Ministerio de Relaciones Exteriores –planta central– es un importante reconocimiento a su experiencia y, en lo que a nosotros respecta, garantía de que su evaluación y auditoría sobre el área que le corresponde a su competencia –Centroamérica– estará bien informada, consciente de los triunfos y de los fracasos habidos, –fue testigo entre nosotros–. De sus inmediatas declaraciones al asumir el cargo, tal y como aparecen en nuestra Prensa –siendo esta, la nuestra, la Prensa que las recoge– destacó su referencia a las aportaciones económicas que –así lo afirma– se seguirán dando a la CICIG, sin que sufran estas riesgo alguno, lo cual es encomiable puesto que la CICIG, sin estos aportes, no podría funcionar siendo esta, en efecto, el soporte económico de sus actividades la única función que corresponde a los donantes de conformidad con el convenio de su creación, convenio celebrado entre nosotros y la Organización de las Naciones Unidas. Afirmó también el Embajador Robinson –tomo sus declaraciones de lo publicado por nuestra Prensa– que la herramienta más importante de la ruta de Guatemala contra la corrupción es la colaboración de la Fiscal General, la Comunidad Internacional y la CICIG, entidades a las que yo agregaría el Presidente de la República, jefe que es del Estado y del Organismo Ejecutivo, autoridad de quien depende la Policía Nacional Civil, imposible, sin su concurso, el éxito que pueda haber en la ruta definida y el Congreso de la República, en sus manos como se encuentran el presupuesto del Estado, las leyes y las grandes decisiones nacionales. A la distancia –fríos los números– podrá comprobar Todd Robinson, por ejemplo, que la recaudación aduanera no ha tenido el alza que debió tener si la lucha en contra de la corrupción hubiera tenido la eficacia que creímos. La recaudación aduanera, comparada desde el año 2O14 hasta la fecha, no permite afirmar, en efecto, que se haya dado un avance significativo en contra de las estructuras denunciadas y de la consecuente corrupción en la materia –defraudación aduanera y contrabando– tema, el del contrabando, que trasciende a las aduanas. Habrá de preocupar al funcionario que pueda haber grupos clandestinos detrás del asesinato de dirigentes campesinos o que, sin haberlos, se quiera dar esa impresión, lentas o nulas las acciones para el esclarecimiento de los hechos, función esta que es clave dentro del mandato que establecimos para la CICIG, al convenirlo. El Embajador Robinson conoce muy bien el sistema de los distritos pequeños, sistema que es el que rige en los Estados Unidos de América para la elección de la Cámara de Representantes y conoce de la importancia determinante del Congreso de cara al presupuesto, las leyes y las grandes decisiones nacionales: “No taxation without representation.” Sabe de la prisión preventiva y de la peligrosa tentación de utilizarla como una muestra de eficiencia que no existe y de lo grave de persistir en los errores como, por ejemplo, la persecución como delito de una infracción administrativa, sin que haya habido perjuicio alguno del patrimonio del Estado, magnificándose la falta –este es el resultado– a un nivel criminal que no le corresponde y que la equipara –para beneficio de aquellos que las perpetraron– con las defraudaciones habidas. Sabe que el retiro de una visa constituye –quiérase o no– una sanción moral y que en los casos en que se yerra al retirarla, debe corregirse el error y restablecer, así, el orden perturbado. Nadie es perfecto, errar de humanos y rectificar, de sabios. Más importante que todo esto, sin embargo, es que sabe muy bien que cuando las circunstancias obligan a migrar no existe otro remedio para la migración ilegal, que la legal y –algo más importante aún– que lo único que puede frenar la migración es que existan las condiciones que hagan innecesaria la migración. Si tuviéramos que reducirlo todo a una palabra, lo sabe muy bien: trabajo. Esperemos que la función puesta en sus manos goce del sentido humano y de la buena fe que le caracterizan, de su experiencia, de su inteligencia y de la madurez que fue adquiriendo y que habrá ido adquiriendo, día a día, ajeno a los cantos de sirena y a los repetitivos lobos con piel de oveja. Habrá sabido evaluar, incluso, sus propios aciertos y sus errores y habremos de verle así –hago mis mejores votos– no solo como un funcionario mejor de lo que fue –fue bueno–, sino esto es incluso más importante– como un ser humano más completo, enriquecido por su autocrítica y sus mayores conocimientos y experiencia, dispuesto siempre a crecer y a ayudar. Una sola, la palabra, y la conoce muy bien: trabajo.