Por: Julio López Payés
Desde hace varios años Guatemala cuenta con una experiencia local que merece una reflexión profunda y, a la vez, la consolidación de una visión que implica la toma de decisiones de carácter inmediato, de manera que esa experiencia se consolide como un beneficio de largo plazo, no solo para Guatemala y la región que conforma la selva maya.
A partir de 1990 fue declarada Reserva de la Biósfera Maya. Este ecosistema natural, que cubre más de dos millones de hectáreas, se ha convertido, en términos generales, en un parteaguas y transición de dos modelos de uso de recursos naturales, extractivista primero, y uso sostenible posteriormente, y que ha generado experiencias, beneficios y oportunidades con base en el manejo forestal sostenible, así como en la participación comunitaria con visión de sostenibilidad. Este ecosistema natural y sus múltiples beneficios, así como el modelo comunitario en el cual se ha sustentado, ha sido ampliamente reconocido a nivel mundial como un modelo exitoso mediante el cual se han logrado reducir las tasas de deforestación e incendios forestales, así como la conservación de la biodiversidad.
Elemento estratégico de este modelo de desarrollo local y nacional, son las concesiones forestales comunitarias, uno de los aspectos principales de éxito a lo largo de casi 25 años de trabajo y esfuerzo. Este proceso comunitario basado en prácticas de manejo forestal sostenible está en un punto crucial de su historia, representa al menos tres retos importantes: debe asegurarse la sostenibilidad del proceso con una sólida participación comunitaria; ampliar el conocimiento de los múltiples beneficios por parte de la sociedad guatemalteca, y, por último, trabajar en incrementar procesos diversificados e integrales que demuestren de manera más sólida la importancia estratégica de este ecosistema y su sostenibilidad.