La moda es una costumbre mayoritaria de un grupo humano durante un corto período de tiempo. Tradicionalmente se refería casi tan solo al vestido, pero a lo largo de los dos últimos siglos se ha extendido a otros muchos aspectos de la vida social. Pensemos, por ejemplo, en las actuales modas de los tatuajes, del piercing y de las fundas del móvil, que son adoptadas tanto por jóvenes como por adultos. Hoy, “ir a la moda” implica cambiar de forma de vida cada poco tiempo (de ideas, creencias, valores, ideologías, etcétera). Nunca las referencias y los valores fueron tan dependientes de lo voluble. Como consecuencia, casi todo es provisional y relativo. Las modas no deben confundirse con las tendencias. La tendencia es una idea innovadora que tiene alguien; es una forma nueva y creativa de hacer las cosas. La moda, en cambio, surge cuando esa idea es utilizada de forma masiva; no es creativa, sino repetitiva. Con frecuencia, algunas buenas tendencias se devalúan cuando se convierten en modas. Por ejemplo, la moda de comunicarnos con el móvil puede acabar en adicción. Frente a la excesiva dependencia de las modas es fundamental fomentar en todas las personas, desde la infancia, la autodeterminación; que adquieran el hábito de elegir de acuerdo con los propios gustos y la propia personalidad. Pero también hay que pedir a los creadores y difusores de la moda que sean más respetuosos con los usuarios: que pasen de la dictadura a la propuesta. “Si la empresa se mira a sí misma y no al consumidor, acaba perdiendo ventas; hay que conocer sus gustos y sus motivaciones para la compra. Los productos no pueden imponerse” (Ramón Alas, director del grupo GFT). A quienes, con prepotencia, nos imponen las modas, les ayudaría reflexionar sobre esta definición: “La moda es lo que pasa de moda”.