Morir es algo natural. Todo ser vivo muere, al igual que cualquier estrella del
firmamento. Mueren las bacterias, los seres unicelulares, los mamíferos y reptiles, aves, peces, árboles, planetas soles, así como galaxias y constelaciones de galaxias. Todo tiene un principio y un fin. Saber que lo que comienza termina, que solo aquello que no tiene principio permanece, en cierto sentido abruma. No obstante, es en aquellos seres que poseen conciencia y se dan cuenta de ello, donde la muerte cobra singular significado. Saberse vivo, ser consciente de existir, de ser algo, hace la diferencia con ser nada, con no ser.
Alimentándose de creencias, de inciertas esperanzas, aspiran a una vida después de la muerte, volviendo la cara a la certeza del sucumbir, y al mismo tiempo deshonrando la vida. No obstante, les aterra la muerte, quizás por lo desconocido que para ellos eso representa, tal vez por el dolor, por el sufrimiento que la transición de ser y no ser representa. ¿Qué sucede, por qué tanto temor? Epicuro decía que la muerte no es, ya que mientras somos la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta ya no existimos. La angustia de lo que significa ser nada, estando vivos es lo que abate, por ello algunos creen que les espera algo más tras el inevitable paso de la muerte y sueñan con paraísos o temen a la imagen medieval de los infiernos.
Otros, al igual que los órficos, consideran la trasmigración de las almas, la reencarnación y, según como haya sido la vida en esta tierra, su vuelta al mundo podrá ser en el cuerpo de un rastrero gusano o bien, en un ser excelso. Es enfrentarse a lo desconocido lo que abre el camino a la especulación fantasiosa, y de esta, a la esperanza de una vida eterna, apartando con ello la angustiosa certeza de la nada. Ver la muerte, sentirla, saber que un día vendrá, y ya no se será más que nada, es razón suficiente para valorar la vida, pues lo único realmente eterno es la muerte de todo ser que un día tuvo vida.
Angustia pensar en la muerte, por la inevitable ausencia de la vida y el abrumador encuentro con la nada. Quiera que no, la ausencia, desde cualquier punto de
vista, duele.