El diccionario común nos dice que memoria “es una facultad que le permite al ser humano retener y recordar hechos pasados. (…) permite denominar al recuerdo que se hace o al aviso que se da de algo que ya ha ocurrido, y a la exposición de hechos, datos o motivos que se refieren a una cuestión determinada”. Los estudios sobre memoria plantean que existen diversos tipos de memoria, “como la de corto plazo y la sensorial, que participan en la formación de esta memoria más duradera.
La memoria nos ayuda a adaptarnos al entorno y nos marca para definir quiénes somos; nuestra identidad.” De ahí la importancia de hablar de la memoria, de las incansables luchas por preservarla y de los esfuerzos por eliminar los vestigios del pasado en nuestra vida actual. Y la memoria no solo está en el cerebro, también está en nuestro cuerpo. Alexis Sossa Rojas, en un análisis sobre los aportes de “Michel Foucault respecto del cuerpo, la belleza física y el consumo, nos plantea cómo el cuerpo es un texto donde se escribe la realidad social. Bajo esta inclinación, gran parte de sus investigaciones pasó por examinar las formas de gobierno encaminadas a vigilar y orientar el comportamiento individual, a través de distintas instituciones; la medicina, la escuela, la fábrica, el Ejército, etcétera.
Por su lado, Hermann Ebbinghaus, psicólogo alemán de finales del siglo XIX, formuló un modelo teórico en el que defendió que el mecanismo de la memoria requiere de repetición, para que los datos que recordamos se asocien entre sí. La no repetición es fundamental para vivir en armonía, pero eso nos plantea el reto de construir nuevos referentes de convivencia entre personas y con los otros elementos de la naturaleza, para incorporarlos a la nueva memoria que deseamos construir y heredar a las generaciones futuras.