Josefina Santa Cruz
Decana Facultad de Educación
“¿Recuerdas a algún profesor o profesora que te haya marcado especialmente?”. Esta pregunta recibe siempre una respuesta afirmativa, algunos recuerdan historias que les dieron confianza en sus capacidades, otros, marcas que los hicieron sentirse incapaces o marginados. La enseñanza es poderosa, para bien o para mal.
Estas palabras no son mías. Las pronunció Deborah Ball, decana de Educación por 11 años en la Universidad de Michigan, en su discurso para la reunión anual de la American Educational Research Association(AERA) en 2017.
Este impacto de los profesores, asegura Ball, se hace patente en lo que ella llama “espacios discrecionales”, esa zona en que el docente ejerce a plenitud su autonomía y toma decisiones que pueden cambiar la vida de un estudiante, para bien o para mal.
Durante su presentación, Ball mostró un video de 1 minuto y 28 segundos, en el que identificó 20 instancias en las que una profesora debe tomar decisiones haciendo uso de su espacio discrecional, con un ejemplo donde Aniyah y Tony, dos niñas afroamericanas de 10 años, responden a un problema de fracciones.
Aniyah da una explicación lógica y que demuestra complejidad matemática, aunque su resultado es incorrecto. Tony, por su parte, hace una pregunta crucial para comprender el ejercicio, pero lo hace jugando con su pelo, riéndose y balanceándose en la silla.
Muchos docentes hubieran descartado de plano la respuesta de Aniyah por incorrecta o habrían retado a Tony por desordenada. La profesora, sin embargo, decide centrarse en la lógica de la respuesta de Aniyah y en los aspectos clave de la pregunta de Tony, mostrando sus aportes como brillantes desde el punto de vista matemático y abriendo una interesante discusión sobre ambas respuestas con el resto del grupo.
Este ejemplo demuestra que cada vez que el profesor ejerce su discreción, se abre un espacio para posibilidades, pero también para riesgos. El criterio con el que los docentes responden en estas situaciones, explicó Ball, depende de lo que ellos entiendan por un buen alumno, una buena respuesta, una sala de clases adecuada para aprender. Para Deborah Ball, el impacto que tiene el ejercicio de la propia discreción en la sala de clases es tan importante, que no puede dejarse al azar.
Para lograr que la sala de clases sea un lugar de oportunidades para todos, se requiere preparar a los futuros pedagogos para que sepan identificar las prácticas que restan a los niños de la posibilidad de aprender, las que normalmente son ejercidas sobre los estudiantes que no tienen buen rendimiento, que molestan en clase o que no dan respuestas correctas.
Necesitamos entregar herramientas concretas a los futuros docentes para que, en menos de un minuto y 28 segundos, hagan algo que cambie la vida de sus estudiantes, para bien.