La literatura desde siempre nos ha dado joyas imperdibles, vetas de oro, a veces escondidas entre el lodo o la mugre. Una verdadera obra de arte es universal y sigue vigente con los años.
Libros de “antes” pueden darnos agradables y aleccionadoras sorpresas. En la universidad debía leer novelas y poemarios que ya ni se editan. Las librerías de viejo, con ediciones usadas, eran nuestra salvación. Quienes atendían allí de inmediato nos identificaban y nos decían “estudiantes de letras, ¿verdad?”.
La novela La busca, o La lucha por la vida, del español Pío Baroja, fue publicada en 1904, pero sigue hablándole al lector de hoy. Era muy jovencita cuando la leí por primera vez y no esperaba encontrar tan conmovedor relato. Es más, con el tiempo, conforme la vida se iba desenrollando ante mí, se hizo más y más revelador.
Nacer pobre en sociedades turbulentas, que no ofrecen oportunidades, produce historias interesantes, pero más que todo, muy humanas. Según explica el crítico Ricardo Senabre, el propósito de La lucha por la vida no era componer una crónica histórica, sino “relatar la formación de un ser humano en un medio hosco y adverso”.
La novela cuenta la historia de Manuel Alcázar en un lugar poblado de holgazanes, pícaros, estafadores, personas laboriosas, seres desvalidos y gentes de espíritu generoso, lo cual no es algo exclusivo de una época.
El crítico dice que Baroja logra pervivir con sus escritos porque le puso atención a lo inmutable y esencial. No es una novela costumbrista porque no se detiene en lo pasajero y llamativo.
Los personajes hablan sin eufemismos, el lenguaje es el de la calle, el de los bajos mundos. El realismo en la literatura no adorna nada, presenta las cosas como son, aunque sean feas y sórdidas.
Muchas veces recuerdo esta novela cuando veo la lucha diaria de la gente que busca cómo sobrevivir y cómo mantener su dignidad, a pesar de los obstáculos. Me hace sentir a mí misma en esa búsqueda para no perder la esperanza.
Leer este relato nos hace ver que vivir no es fácil. El mundo moderno presenta falsos oasis que prometen felicidad, pero luego pone mil trampas para que nunca se consiga lo prometido.
Pero en las circunstancias más precarias, en que incluso la calle es la cama y las estrellas la cabecera, se pueden descubrir pequeños milagros como flores silvestres, amores y amistades verdaderas.