Antes de cumplir los siete años, en Joaquín Orellana (1930) se desarrolló la obsesión por el ritmo y el sonido. Con el tiempo, esa inquietud se convirtió en una fuerza incontenible, que nace en el interior de su ser y se manifiesta en la creación musical y en la invención de sus Útiles Sonoros. Mientras se prepara para el estreno de la Sinfonía del Tercer Mundo en Guatemala, el compositor vuelve a sus inicios y a los momentos clave de su carrera.
Todo con sonido
“Comencé tamborileando sobre mesas y tablas. Mi obsesión despertó aun sin tener un acercamiento serio al arte y lo exterioricé poniéndole ‘cancioncitas’ a los ladridos de los perros y maullidos de los gatos”, recuerda Joaquín Orellana rodeado de sus creaciones en su taller, ubicado en el Centro Cultural Miguel Ángel Asturias
(CCMAA). Esta inquietud por la musicalidad también fue el motor para componer sonsonetes y estribillos que coincidían, rítmicamente, con las sílabas de letreros que veía en la calle.
En 4o. primaria, el guatemalteco se incorporó a la banda del Colegio San Sebastián, lo que permitió que “las obsesiones” se canalizaran formalmente mediante la trompeta. Gracias a este instrumento descubrió obras de ópera italiana del siglo XIX, que lo impactaron y lo llevaron a interesarse en conocer la polifonía. A sus estímulos se añadió el canto gregoriano que practicaba en el Santuario de San José.
Clandestino
En el Conservatorio Nacional de Música tomó clases de piano y violín, y supo del academicismo riguroso en el que no es permitido componer hasta demostrar que se domina la técnica y la armonía tradicional.
Pero el inquieto Orellana necesitaba más y empezó a crear en la clandestinidad. “La creatividad no se puede frenar. Si alguien siente la necesidad de narrar y verter poesía tiene que hacerlo y sacar a luz esos flujos internos”, argumenta.
En ese tiempo, rememora, sus piezas eran subjetivas, abstractas e influenciadas por los filósofos que leyó en la adolescencia, como Schopenhauer y Georg Klaus.
Profundo
En 1967 y 1968, Orellana se formó en el Centro Latinoamericano de Altos Estudios Musicales en Buenos Aires, Argentina. A su regreso, dice, se enfrentó a un dilema: “¿adaptarse a la música regional del país y retroceder, o exponer que era un compositor de mucha profundidad?” Irónicamente, esa crisis fue el origen de Humanofonía (1971), una pieza que siguió las tendencias del arte mientras describía la injusticia social del país.
Esta composición fue determinante, pues su obra dejó de ser personal para enfocarse en elementos que mostraran las raíces guatemaltecas y la magia centroamericana. En todos estos componentes, supo el maestro, que la marimba dominaba el paisaje: “Eso abrió el camino para ese big bang de Útiles Sonoros, que desde un principio han sido esa unidad entre la diversidad”.
El presente y el futuro
Precisamente el 28 de este mes, se cumplirá un año desde que esos instrumentos o esculturas sonoras concebidas por el músico debutaron en el Teatro Megaron de Atenas, Grecia, con la Sinfonía del Tercer Mundo. Esta pieza se estrenará en la Sala Efraín Recinos del CCMAA el 27 de septiembre. Adelanta Orellana que el concierto incluirá un coro de 60 integrantes, un coro infantil, 20 percusionistas y un declamador, que no será otro que el maestro.
La contribución que Orellana ha hecho a la música local es innegable, pero afirma que muchas veces falta reconocimiento al trabajo artístico. En mayo, una iniciativa de ley presentada en el Congreso de la República propuso concederle una pensión vitalicia: “Merecía ser subvencionado desde que regresé de Buenos Aires. Demostré que no soy un compositor de papel y lápiz. He aportado con mis útiles sonoros, las texturales corales y las obras electrónicas y electroacústicas”. Con esto, recuerda la importancia de dar valor a los artistas y ayudarles a vivir dignamente.