sábado , 23 noviembre 2024
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Chilolo Zarco no existió

Y, si existió –para el caso de que haya existido– careció su vida de importancia alguna, como tampoco hubiera tenido importancia que, dehaber vivido, haya sido asesinado. La vida de Chilolo Zarco, borrada por la “historia”. ¿Qué importancia podría tener un ser humano ante los superiores fines de la insurgencia armada? ¿Qué importancia, comparada con el fin supremo de hacerse del poder? Su asesinato ¿qué más da que –finalmente– se trató de uno, solo? la vida si se trata de una sola, ¿qué más da? Y otro tanto podríamos decir de Francisco Javier Arana, otro ser humano insignificante.

¿Por qué tanta alharaca si su vida se trataba de una sola, si su asesinato, tan solo, de un solo asesinato? ¿Qué importancia podría tener el asesinato de Francisco Javier Arana, si con este se logró terminar con la revolución de octubre, la de 1944, revolución que había sido plural hasta entonces, asegurándose, así, que, ya carente de obstáculo alguno, pudiera el expresidente Jacobo Árbenz alcanzar el poder? El asesinato de Edgar Lemcke, reprimiéndose, así, los minutos de silencio de Cobos Batres, carece también de importancia alguna,  puesto que, finalmente, se trataba tan solo de otro ser humano –solo uno– y con el “agravante”, además, de tratarse de un poeta y estudiante… Cosme Viscovich, Álvaro Rivera, Juan Chajón Chúa, qué importancia podrían tener si sus asesinatos se trataron tan solo de tres? “Gusanos”, sin importancia alguna, torturados y masacrados a tal extremo de que su captor, el capitán Silva Girón, pundonoroso y joven oficial, hubo de lamentarse, hasta el final de sus días, de haberlos enviado, en cumplimiento de las órdenes superiores (de aquellos que no quisieron combatir) a las garras asesinas de Jaime Rosenberg y Rogelio Cruz Wer.

Los seres humanos torturados, ¿eran seres humanos? ¿No eran, acaso, simples sabandijas? Seres humanos estos, Viscovich, Rivera y Chajón Chúa, que tampoco existieron. Rony Elmer Orellana tampoco existió. ¿Qué existencia podría haber tenido un niño de escasos nueve años de edad y –de haberla tenido– qué importancia podría tener que fuera asesinado, si comparada su “insignificante vida” con el más alto fin perseguido de alcanzar el poder? Aquel pequeño niño rociado de plomo, ¿qué importancia podría tener? ¿Qué importancia la de aquella vida irrespetada, si se trató de una sola y, además, si tan solo era la de un niño? ¿Qué importancia podría tener un niño, si uno solo? ¿Tan ciegos de no ver que con aquel niño irrespetado se sembró el irrespeto de todos los demás? ¿Qué con su asesinato –no perseguido, ni castigado– quedaron abiertas las puertas, de par en par, para todos los asesinatos sucesivos? Frank Bruderer.

¿A quién podría importarle la vida de este ser humano, en su caso, además, con el “agravante” de finquero? ¿Su viuda? ¿A quién le importan las viudas? ¿Qué importancia podría tener su vida, si se trataba tan solo de una sola? Los esposos Carlos Bickford y Christa Neutze también carecen de importancia, y que se les haya asesinado –hombre y mujer– no tiene ninguna. ¿Qué importancia podrían tener estos, o sus hijos huérfanos, si tomamos en cuenta que el poder, para la insurgencia, en aquellos cruciales momentos, se encontraba ya casi al alcance de sus manos? Al final de cuentas, todos estos, se trataba de unos pocos y, además, con el “agravante” de empresarios.

Asesinatos de niños, de mujeres, de finqueros, de empresarios, de estudiantes, de profesionales, de soldados. ¿Qué importancia podían tener, si para la insurgencia se trataron, tan solo, de un zoológico y de pocos insignificantes seres humanos cuya vida no podía compararse con los fines perseguidos. ¿Cuántos tienen que ser los crímenes para que tengan importancia? Luis Canella…¿Existió Luis Canella?, ¿su viuda?, ¿los huérfanos? ¿Existió Alberto Habbie?, ¿Arnoldo Otten, existió? ¿Existió Mario López Villatoro?, ¿Mario Dary? ¿Existieron Mario Rivas Montes, Roberto Girón Lemus, Jorge Torres Ocampo, Carlos Cheesman, Manuel Orellana Portillo, Oscar Conde, Virgilio Villagrán Bracamonte? ¿Fueron, acaso, asesinados? Se murieron –tal vez– porque tenían que morirse? ¿Emanación espontánea, gripe? Nada, en todo caso, personal.

Y, al final de cuentas, ¿qué más da, si se trata de unos pocos y –además– de incómodos obstáculos para que el sueño revolucionario –la toma violenta del poder– pudiera realizarse? Von Spreti, el embajador alemán ¿Algo más que un perro? ¿Agustín Paau, Leonardo Teni? Poco a poco hasta los nombres se olvidaron. Se llora por las víctimas propias, pero no por las ajenas, y es más, se sigue creyendo que una vida no importa, si se trata de una sola, y que es válido un asesinato –segar una vida– cualquiera si se usa con el noble fin de hacerse del poder.

Con la infamia de siempre siguen los loros repitiendo que nuestra tragedia –la reciente– se inició en 1954, cuando el 54 no fue causa alguna sino reacción a los excesos incurridos; entre estos, el asesinato de Francisco Javier Arana, el 18 de julio de 1949, –asesinato con el cual se asesinó, además, a la revolución de octubre– la del 20 de octubre de 1944 ; a partir de entonces una revolución sesgada por quienes ni siquiera habían sido protagonistas de esta, pero que, a través de Jacobo Árbenz Guzmán, este, sí, protagonista y para entonces ya filo comunista –empalagado por lecturas que jamás pudo comprender– se iban haciendo del poder. La incorporación tardía de Jacobo Árbenz al partido comunista es afirmada por Edelberto Torres Rivas, quien, además de su integridad personal, integridad personal que le impediría hacerlo, no tendría razón alguna para mentir.

En el día en que los asesinos –y filo asesinos–de todos los tiempos– comprendan que importa la vida–aunque sea una sola– y que el irrespeto de una abre el camino, irremediablemente, para el irrespeto de todas las otras; el día que comprendan que quien justifica un crimen, los justifica todos, y que cada asesinato no castigado deja abiertas las puertas, de par en par, para todos los asesinatos perpetrados, en ese momento podremos realizar la construcción de una patria distinta, la de todos. Se llora por los muertos propios y se ignoran los ajenos.

Se escribe sobre unos, pero se omite el nombre de los otros, con lo cual, una vez más –ignorando su existencia misma– justificando, con el silencio, el atropello de sus vidas se vuelve a asesinarles. Alguna vez –quizá– los asesinos y filo asesinos comprendan que quien justifica un crimen los justifica todos, y que quien una vida irrespeta, las irrespeta todas. José León Díaz, Víctor Manuel Gutiérrez, Manuel Colom Argueta, Alberto Fuentes Mohr, Mario López Larrave, Guillermo Monzón Paz, Julio Camey Herrera, Hugo Rolando Melgar, Leonardo Castillo Flores, ¿Cómo no habrían de dolernos? ¿Cómo no citarlos? ¿cómo no reconocer la importancia de su vida? Danilo Barillas, Roberto Mertins Murúa, Irma Flaquer.

¿Importan los nombres? Chilolo Zarco existió, aunque, al parecer, lo hemos olvidado y –en el olvido– se le sigue asesinando cada día. Y, así, en la necedad o la malicia, se insiste en que no tuvo ninguna importancia el primer asesinato perpetrado que –finalmente– se trató tan solo de uno; de una sola la vida irrespetada. ¿Qué importancia podría tener, si se trata de una sola? Así como que carece de importancia que, el 18 de julio de 1949, se haya asesinado, con el asesinato de Francisco Javier Arana, a la revolución de octubre, fecha fatídica que determinó la polarización que existe entre nosotros.

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