viernes , 22 noviembre 2024
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Los asesinos siguen sueltos (parte II)

Tan “eficiente” la ejecución de la supuesta captura –jamás ordenada por Juan José Arévalo Bermejo– que se asesinó no solamente a Francisco Javier Arana, sino también al oficial que repelió con fuego el atentado. Del grupo agresor, también hubo muertos y heridos. ¡Así de “eficiente” la supuesta “captura” (algunos de los participantes alegaron que habrían sido los desconocidos pachucos quienes asesinaron a Francisco Javier Arana y quienes desvirtuaron el operativo de captura, tan “eficientemente” organizado).

Mienten también quienes afirman que Francisco Javier Arana hubiera conspirado contra el gobierno del presidente Arévalo y que los múltiples golpes intentados hayan sido detenidos por Jacobo Árbenz Guzmán, patraña también desmentida por el propio presidente Arévalo en su citado Despacho Presidencial y a cuyo testimonio podríamos sumar el de Carlos Paz Tejada, que muchos fueron los que querían buscar un atajo e intentaron calentarle la cabeza, pero sin éxito alguno, ya que aquel singular soldado quería llegar a la Presidencia de la República, sí, pero a través del voto popular cuando concluido el período presidencial del presidente Arévalo. Tal lo compartido por aquel a Paz Tejada. (Carlos Figueroa Ibarra).

Cabe señalar que Carlos Paz Tejada era un militar de plena confianza y que respaldaba a Jacobo Árbenz y que, sin embargo, habiendo estado en la suntuosa mansión arbencista el día sábado anterior al crimen, nada fue informado de la supuesta destitución y de la supuesta orden de captura, siendo mi conclusión al respecto, que si nada se le dijo, fue simple y llanamente porque ni una ni otra existían y que si se le permitió proseguir con la gira que tenía programada y nada se le informó sobre el “operativo” –el “operativo” a realizar– fue porque no era Carlos Paz Tejada un asesino, habiéndose enterado del crimen en la tarde del domingo 18, cuando se encontraba ya en Quetzaltenango.

¿Ni siquiera capaces, los “historiadores”, de leer el libro Carlos Paz Tejada, Militar y Revolucionario, de Carlos Figueroa Ibarra? Es una Infamia atribuir al expresidente Arévalo que haya impartido una orden ilegal –orden que nunca dio– y, otro tanto, atribuir al también expresidente Jacobo Árbenz Guzmán la prontitud y la eficiencia con las que la habría ejecutado la cauda de la prontitud y la eficiencia, el asesinato perpetrado. El 18 de julio de 1949 se asesinó no solamente a Francisco Javier Arana, sino a la Revolución de Octubre; a partir de esa fecha, ya nunca más la revolución plural que había sido sino una revolución sesgada hacia otros fines.

Quien no comprenda la importancia de aquel asesinato, de aquella vida irrespetada, difícilmente comprenderá que fue ese crimen y esa fecha –18 de julio de 1949– los que determinaron –tajantes– la polarización de Guatemala y toda la historia sucesiva.

En aquella vida irrespetada se sembró el germen de irrespeto a todas las restantes que –quien no respeta una vida, ninguna respeta–.

No es esta la primera vez, ni será la última que aborde este tema, y si lo abordo en términos tan severos, es porque la  persistencia de falsedades con respecto a este crimen y a esta fecha nos hizo, nos hace y nos podría seguir haciendo mucho daño: la incomprensión de nuestra historia y –lo que es peor– la perpetuación de la cultura de la muerte: “No importa el irrespeto de una vida, si se trata de una sola”. (Descalifico al “historiador” –que no lo es– y descalifico su ligereza de no comprender que, quien irrespeta una vida, las irrespeta todas, y que quien justifica un crimen, todos, justifica –pero no descalifico al ser humano y al valioso profesional que– triunfador en otras áreas –en esta yerra  – lo que es más grave se empecina en el error).

Ya una vez hube de disculparme por mi severidad, y lamento tener que repetirla, pero, si las falsedades se repiten y se sigue irrespetando la vida y justificando el crimen, toda severidad me parece insuficiente.

Se acerca un nuevo aniversario, el 18 del mes entrante –18 de julio de 1949, setenta años ya de aquel asesinato– tenía entonces yo, 3 años y bueno es señalar, como un homenaje a la memoria, de Francisco Javier Arana, pundonoroso soldado, que este no se hizo de bienes materiales bajo la sombra del poder, finca de 40 caballerías en plena Costa Sur, joyas, mansión residencial o cosas semejantes, ajeno como lo fue a toda corrupción, la probidad propia del revolucionario auténtico, su fiel compañera. Su familia –esposa e hijas– por su asesinato –por el arrebato de su vida– por habérseles quitado a aquel, a quien amaban jamás ha sido, y me imagino que jamás será ya indemnizada. Imposible, como lo es reparación alguna –cualquiera insuficiente– segada la vida de un ser humano, fin en sí misma, milagro de Dios, irrepetible.

¿Podrán algún día comprenderlo?

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