Ese desastre natural dejó lecciones de la riqueza más grande que poseen algunas personas que se convirtieron en héroes sin nombre.
Una vez más la furia de la naturaleza desnudó nuestra fragilidad orográfica. Lo insignificante de nuestra condición humana. Evidencia las consecuencias de la pobreza que viven centenares de personas al habitar en áreas inhóspitas y de constante riesgo ante una catástrofe. Lo acaecido el 3 de junio de este año en Sacatepéquez, Chimaltenango y Escuintla, desarropó de un solo jalón la precariedad en la cual nuestra gente se encuentra inmersa, sin medidas de prevención de desastres, a merced de lo que pueda suceder, derivado de la devastación de varias comunidades.
La actividad del volcán de Fuego, nos hace preguntarnos ¿cuántas tragedias más tendrán que ocurrir para que reaccionemos como país? Pues no solo es responsabilidad del Estado velar por el bienestar de la sociedad, también es nuestro compromiso como ciudadanos hacer conciencia de los peligros a los cuales están expuestas aquellas personas que deciden, por alguna razón, radicar en zonas acechadas por eventuales siniestros. En tal sentido, van 1 millón 713 mil 436 afectados, 3 mil 271 evacuados, 3 mil 319 albergados, 192 desaparecidos, 58 heridos y 99 fallecidos, por la erupción del coloso.
Pareciera que la Madre Naturaleza, repite esos episodios devastadores, para comprobar cuánto hemos aprendido de los anteriores, y para cerciorarse si estamos prevenidos para sentir una zarandeada más fuerte de su furor. Lo cierto del caso es que, no podemos seguir llorando sobre la leche derramada, y continuar encerrados en una polémica estéril del por qué no funcionaron los protocolos de evacuación o quiénes eran los obligados a dar las alertas respectivas para evitar la pérdida de vidas, cuando los fatales resultados están ante nuestros ojos. Aunque no se puede devolver la vida a los hombres, mujeres y niños que la perdieron, víctimas de ese desastre natural, sí podemos contribuir con nuestra disposición de tenderle la mano a sus sobrevivientes, a quienes se les esfumó todo y hoy sollozan a sus seres queridos ahogándose en la nada. Una vez más, se puso a prueba la capacidad de los guatemaltecos de enfrentar la adversidad y, brindar asistencia a los damnificados del fenómeno volcánico, dolorosamente los más necesitados. Ejemplos de solidaridad que sacudieron el tejido social y enaltecieron lo más bello con lo que el ser humano cuenta hay diversos.
Cómo olvidar al niño que vende golosinas en el parque central de Carchá, Alta Verapaz, donando Q5, producto de la venta del día y, a la mujer de avanzada edad, entregando sus únicos Q3, en un centro de acopio en el parque Ismael Cerna de Ipala, Chiquimula, obtenidos de su trabajo reciclando latas. Ambas donaciones con la intención de auxiliar la emergencia de sus connacionales. Sin duda, ese desastre natural nos dejó lecciones de la riqueza más grande que poseen algunas personas que se convirtieron en héroes sin nombre. Así también, cómo no reconocer la entrega de los agentes policiales y de los cuerpos de bomberos en su labor incansable de rescate de posibles víctimas, arriesgando su propia vida. Dos bomberos y un trabajador de la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres, sucumbieron en su intento por salvar la vida de otras personas. Hoy, más que nunca,
Guatemala nos necesita.