Un buen amigo me acaba de contar una anécdota que revela la importancia de los saberes populares.
“Un sencillo campesino aspiraba a que el mayor de sus hijos hiciera una carrera universitaria. Lo consiguió y, además, con una alegría añadida: el chico eligió la carrera de Ciencias Biológicas. Cuando se encontraba en el último curso pasó, una vez más, las vacaciones de Navidad en la casa paterna. Con el fin de colaborar en la construcción del Belén familiar, un día salió al monte para recoger musgo. Le sorprendió mucho que en pleno invierno unas plantas de romero estuvieran en flor. Regresó raudo para informar a su padre de lo que consideraba una anomalía de la naturaleza; también pensó en escribir un artículo para una revista científica. Tras recibir la noticia, el padre le dijo: “¿Para qué te ha servido hacer la carrera de Biología? Te habría ayudado más conocer este refrán: “Romero en flor y moza por casar siempre has de encontrar”.
En este caso, un saber popular en forma de refrán ha sido más útil que un saber científico. El refrán es una breve sentencia que expresa un pensamiento moral, o una enseñanza.
El saber popular es el modo común y espontáneo de conocer, que se adquiere en el trato directo con las cosas y con las personas. Es el saber que llena nuestra vida diaria y que se posee sin haber sido buscado o estudiado, sin aplicación de un método. (J. Babini)
Ese saber actualmente es poco valorado y reconocido socialmente porque no es “científico” (como si ambos saberes fueran incompatibles entre sí.) Se olvida que un sector importante del saber popular está en los refranes recogidos o creados por ilustres autores de la Literatura española, como el Marqués de Santillana, Arcipreste de Hita, Don Juan Manuel, Lope de Vega, Cervantes, Fernán Caballero y José María Iribarren, entre otros muchos. Los refranes son un valioso depósito de sabiduría. Son la voz del pueblo; por eso no envejecen nunca.
En El Quijote, Cervantes nos muestra el lenguaje vivo de pastores, arrieros, vagabundos, etcétera. Recoge la lengua hablada de su época salpicada de refranes y la pone en boca de sus personajes, trasmitiéndonos así la mentalidad del pueblo. Cervantes valora mucho los refranes: “Paréceme Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la experiencia, madre de todas las ciencias”.
Los dos protagonistas de El Quijote utilizan refranes, pero Don Quijote lo hace con más mesura y criterio. Por eso corrige a su fiel escudero de este modo: “Mira Sancho, yo traigo los refranes a propósito y vienen, cuando los digo, como anillo al dedo; pero tú los traes tan por los cabellos que los arrastras y no los guías. Si no me acuerdo mal, otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves sacadas de la experiencia; y el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia.”
Algunos refranes de El Quijote están incorporados al lenguaje coloquial de nuestro tiempo. Por ejemplo, los siguientes: “a Dios rogando y con el mazo dando; la codicia rompe el saco; quien busca el peligro en él perece; donde una puerta se cierra otra se abre; quien bien te quiere te hará llorar”.
Hay personas que desconfían de los refranes. Se cuenta que un cartero que se disponía a llevar la correspondencia a una casa de campo se asustó al oír los ladridos del perro que cuidaba la finca. Un vecino le animó con estas palabras: “¡Perro ladrador poco mordedor!” Respuesta del cartero: me gusta ese sabio y oportuno refrán, pero ¿el perro también lo conoce?”
Es muy deseable que quienes obtienen el conocimiento por medio de la mera experiencia unan sus esfuerzos a quienes lo hacen a través de la investigación científica, creando así una valiosa sinergia. Sugiero promover un diálogo de saberes, con interacción de dos lógicas diferentes: la del conocimiento científico y la del saber cotidiano, con el propósito de comprenderse y enriquecerse mutuamente.
Escrito por:
Gerardo Castillo Ceballos
Profesor de la Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra