Etimológicamente, pragmatismo significa lo relativo a la acción, que en otras palabras significa tomar una decisión con el propósito de obtener un beneficio. En consecuencia, decidir implica poder hacerlo, pero dentro de una sociedad, ¿quién es el que decide cuál será la acción a emprender y con qué criterio? En el pragmatismo, el criterio que prevalece es el sentido de utilidad. Sin embargo, es quien ostenta el poder el que, en última instancia, determina las acciones a seguir, por lo que acción y poder son dos aspectos que están íntimamente ligados.
El que tiene el poder, la fuerza, es quien decide y, en la mayoría de los casos, aquellos que han acumulado riqueza, también acumulan el poder sobre otros y el control del sistema para su beneficio. La verdad como tal no tiene cabida dentro del pragmatismo y, como lo señala Wiliam James, el criterio clásico de verdad es sustituido al convertir en verdades toda creencia que son útiles para la acción. En consecuencia, para el pragmatismo la verdad no tiene sentido.
Lograr el objetivo es lo más importante y los medios justifican el fin. De ahí que aspectos propiamente éticos pueden quedar al margen. En un hipotético desastre terrestre, donde se desee volver a poblar el mundo y las circunstancias obliguen a salvar a un selecto grupo de personas, el criterio de salvación tendría que estar, en primera instancia, en función de preservar aquellos que estén en edades aptas para procrear y que sean fértiles, escogiendo asimismo a más mujeres que hombres.
Se estimaría que la recta razón debería ser el criterio para decidir cual deberá ser la acción a emprender, pero lo racional se sustenta en verdades, las cuales no son admitidas por el pragmatismo.