Por: Juan Cristóbal Portales, Escuela de Periodismo
El posicionamiento de los medios de comunicación tradicionales u offline (sus promesas de marca) y el oficio periodístico asociado hoy son determinados por el fenómeno de la posverdad. En la industria radial, por ejemplo, medios históricos —que a fines de los 80 apuntaban a formatos informativos en defensa de la libertad de expresión— transitan hacia formatos más interpretativos que se definen bajo promesas del tipo “la verdad como la queremos escuchar”.
Una propuesta identitaria que se puede analizar de dos formas: como una alusión, o “moda”, a decir las cosas por su nombre, en un contexto de desconfianza sistémica y creciente demanda por transparencia, o por contrapartida, como respuesta a la arremetida del concepto de verdad a la medida personal, a la par de una fragmentación de audiencias, proliferación de múltiples plataformas informativas y mayor competencia. Frente a la multiplicación de espacios televisivos o radiales donde cunden las verdades personales (sin datos), se plantea entonces la pregunta por quién o qué tipo de medio puede cumplir con un rol informativo riguroso y contextualizador que ayude a descomplejizar la realidad y ampliar los grados de libertad de las personas (información es poder).
Y aquí la prensa y periodismo escrito (y online en algunos casos) tienen un rol clave. Un estudio de Portales y Délano (2017) da cuenta de la importancia de la cobertura desplegada por diversos medios escritos e informativos online en cuanto canales de visibilización, contextualización y seguimiento veraz de escándalos políticos como Caval o Penta-SQM. No solo en términos de cantidad. También a la hora de cumplir con la “función consensual de vigilancia del periodismo” (Prior, 2013) por la vía de desentrañar los actores, cadena de responsabilidades y alcance de dichos escándalos.
El gran problema que plantea la vigencia y proyección de este rol es que depende también de la capacidad de las escuelas de Periodismo de nutrir a dichos medios de la capacidad analítica para desarrollarlo. Cosa cada vez más compleja en generaciones de jóvenes consumidos por la necesidad de gratificación inmediata y la lógica hipertexto (Tamir y Mitchell, 2012). Este es un gran desafío a abordar si queremos apostar por un futuro para el periodismo, y evitar la conversión de la esfera pública en un espacio de atrincheramiento ideológico y cooptación por ciertos intereses mezquinos.