Poner por escrito nuestros pensamientos puede parecer difícil en un principio, pero es una habilidad que podría desarrollarse. Sin embargo, por alguna razón hay quienes nunca logran hilar dos oraciones con sentido.
En un mundo en el que las comunicaciones son principalmente por escrito, le toca a uno tratar de descifrar qué quiso decir una persona en un mensaje de texto o en una red social.
Cuando vi el auge que empezaron a tener las palabras escritas pensé que era un buen momento para que también agarrara fuerza la forma de escribir eficiente, ya no digamos correcta o creativa.
Tristemente una década después que todos entramos en Facebook seguimos viendo frases tipo “ola ke ase”. Y en los chats instantáneos, en los que uno suele necesitar una respuesta rápida para tomar decisiones incluso en el trabajo, por la falta de signos de puntuación y palabras bien escritas se queda uno con más dudas que certezas. No sabe si están afirmando, negando o preguntando, si le están gritando o por el contrario quisieron demostrar afecto. El diálogo se vuelve confuso.
Lo más alarmante para mí es que incluso quienes se dedican a la comunicación y, se supone, están preparados para mínimamente darse a entender, mandan frases incoherentes. Y esto se traslada a los medios en los que trabajan.
Para agravar las cosas, vemos con tristeza que en muchos medios se ha prescindido del corrector o editor de estilo. Ese profesional es indispensable para que los textos vayan impecables, incluso los que estaban bien escritos, pero que por la premura tienen algunos errorcillos.
En los peores casos, gracias a estos expertos en la corrección del lenguaje los lectores no se daban cuenta de la mala ortografía de un reportero, o la falta de puntuación o vocabulario. Nos ayudaban a lucirnos, pero también a aprender de los errores, a que lo que se publicaba fuera la mejor versión de nuestro trabajo.
Ahora el editor, ese personaje estresado que debe coordinar a todo el equipo, es quien le da el visto bueno al texto no solamente en cuanto a fondo, también a forma. Si sus redactores pusieron atención en sus clases de lingüística en la universidad e idioma español en la escuela, le toca solamente asegurarse que el contenido sea ajustado a los parámetros del periodismo profesional.
Pero si el reportero “pasó de noche” en sus clases es muy probable que el editor pierda mucho tiempo corrigiendo palabras y frases mal escritas. La paciencia puede irse agotando, al punto de tener que regresarle la nota al mal escribiente, lo cual atrasa todo el proceso.
El idioma está vivo y en constante cambio, no hay duda, son los hablantes al final los que deciden la forma que tendrá. Sin embargo, lo más importante es que sea funcional y nos sirva para comunicarnos con eficiencia. Por eso se agradece un poco de esfuerzo.