Por: Claudia de Del Águila
Que me saques a caminar, que bailemos y cantemos, porque he sido sana y fuerte, pero me usas y luego me abandonas.
Quiero que me cuides, que me dejes comer sano, que me dejes hablar y también apartarme. Que no me corras tanto y me tengas cariño. Quiero tu respeto. Que me guardes de otros que se ríen, que me cuides de la gente que es distinta.
Quiero pedirte que me cargues y descanses conmigo. Que decidas en qué usas el tiempo. Quiero que me admires y ya no me culpes, sino veas en mi historia lo bonito y que uses la escalera y me lleves contigo para ser una.
Te pido que me asegures casa, comida, salud y estudio, pero también, te pido que dejes que otros también te quieran, me quieran, nos quieran, porque lo merecemos, lo necesitamos.
Me dijo cuando la encontré. Hoy recuerdo: llegaste al mundo con ganas de comerte la vida, de no estar quieta. Creías que podrías lograr, ese, y ese otro, y aquel sueño secreto que también era bueno.
Era fácil sonreír, pensar con inocencia. La ilusión y esperanza se mantenían cuando el sol salía, por lo que este traería, también cuando anochecía, por los sueños que después de la oración confiada vendrían.
Poco a poco aprendiste a jugar, a hablar, a caminar; el dolor de las caídas, el malestar del hambre y la necesidad de un abrazo y un poquito de atención. Te quedaste en un rincón, solita.
Fue al crecer que olvidaste, porqué dolía. No era dolor de huesos, de ronchas o salpullido, que se curaba con un besito, pomada y jarabe.
Era diferente. Se activaron filtros y olvidaste pensar bien de todo, la inocencia cerró los ojos, nació desconfianza, resentimiento, tristeza e, ira vieja, ciega y desbocada.
Se envolvió en un capullo. Se atrofiaron los sueños, la creatividad, la ilusión y energía se hicieron chiquitas. Paró de decorar el mundo, de cuidarlo, de sembrar flores y hortalizas. Se alejó de la gente y perdió la esperanza de crecer y sentir.
Hoy la encontré y me habló. Estaba débil, pero viva. Con ternura le pido que se venga a la vida. No reacciona, parece casi que murió, pero no. Igual que la del cuento, se durmió y la despierta un beso de amor, pero no de un príncipe, sino de ella, de mí. Tiene frío. Está muy cansada. Hoy empieza de nuevo e inicia el camino.
¿Y tú cómo estás? Hoy te toca, cuídate, sal al rescate de ti. Porque como te cuidas, cuidas a otros, como te tratas, los tratas.
Recuerda quién fuiste y escucha a la niña, al niño que necesitas para que te ayuden a amar y confiar, respetar y exigir respeto; te recordarán los sueños que hoy puedes construir con honestidad; te traerán ganas de jugar, correr y bailar, de ser amable y de servir.
No la dejes ir, no lo pierdas. Están en ti y vivirlos y amarlos es el principio de vivir en paz y construir paz alrededor.