Esta sociedad diseñada tan al antojo de los poderes, instala un sentido común perverso, al mismo tiempo que es naturalizado y normalizado, al punto que las instituciones públicas y sociales, o castigan o ponen en duda el hecho de que nos autonombremos. Los recientes acontecimientos derivados de actos políticos de autonomía: instalar un plantón frente a la Corte de Constitucionalidad, exigiendo el cese de la Mina San Rafael, para el mantenimiento de sus territorios en salud y armonía; generaron un dictamen, que ordena que una institución académica sea quién defina si esos pueblos son xinkas o no, para aplicar la normativa a pueblos indígenas contenida en el Convenio 169 de la OIT.
Por otro lado, el 8 de marzo mujeres y feministas también, como un acto político sacan a la calle la imagen de una vulva, como declaración de recuperación de su cuerpo y sexualidad. ¿Qué es lo que no está permitido? ¿Que sean los pueblos quiénes se nombren? ¿Qué sean las mujeres quiénes recuperen sus cuerpos y los exhiban? ¿Por qué instituciones alrededor del turismo sí pueden exhibir las imágenes de los pueblos? ¿Por qué cuando estos pueblos se nombran se cuestiona si es cierto o no que existen? Jamás se ha cuestionado si la población ladina existe.
Por otro lado, la vulva portada por las mujeres se cuestiona. Qué hay de fondo en este escándalo doble moralista, cuando la vulva de las mujeres permanentemente está en videos, películas, revistas y periódicos pornográficos, a la vista de todo el mundo; cuando por otro lado, los penes están en exhibición permanente, cuando miles de hombres en Guatemala orinan en las calles. La diferencia en ambos casos es la misma la negación al nombrarse desde la autonomía, porque este apoderarse rompe la historia de dominio, porque es un acto de autodeterminación en la búsqueda de la liberación de todas las formas de opresión que se han impuesto.